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Opinión

La cultura del polvo

Guillermo Quirós*

Nosara. 21 marzo. 1pm. 39°C. Copiosas gotas de sudor dibujan el perfil de mi rostro al caer sobre el polvoriento escritorio donde escribo estas líneas. Y pese a que me proponía narrar algo de las maravillas de la zona costera aledaña, es más fuerte mi deseo de denunciar esta terrible situación ambiental a la que está sometida la domesticada población costera del pacífico norte de nuestro país.

Aunque la calle próxima está a 20 metros de mi casa, el polvo que levantan los vehículos es insoportable entre las 6am y las 10pm. Solo pocas horas de descanso nocturno permiten entreabrir ventanas para respirar el fresco aire que baja de la seca montaña. Sonrío en el recuerdo burlándome de mi ignorancia, cuando años atrás con el equipo de la Dra. M.L. Avila, o bien ante cámaras de TV, denunciaba la africana nube del Sahara y los efectos de su fino polvo sobre la población infantil de nuestro país, cuando aquí, a mi alrededor, el pueblo humilde guanacasteco sufre cada minuto el polvo de caminos que levantan unos y otros, pero mayoritariamente cuadraciclos y 4x4 rentados que no dudan en sarcástico polvorín cruzar a máxima velocidad los secos caminos que se oponen a su estrés citadino importado.

Los “cartagos” nos extrañamos de cómo pueden vivir así estas familias que deben hacer el polvo a un lado para poner el plato en la mesa o para servir un simple vaso de agua. Mujeres eternas que sacuden una y otra vez sus humildes casas y lavan una y otra vez la ropa de sus hijos, para enviarlos blanquitos a la escuela próxima a costa de la escasa agua del pozo, en medio de la nube de polvo que se burla de aquellas manos callosas por el restriegue diario.

Sí, he convivido en carne propia la cultura del polvo y sus efectos nocivos sobre la población autóctona, entre los que destacan no solo las enfermedades respiratorias de los niños, sino las frecuentes epidemias de gripes secas que aniquilaron las fuerzas de 12 hombres entre 20 y 30 años, mis trabajadores de construcción, que durante una semana de enero -en medio del polvo como medio contaminador- fueron postrados en cama con altas fiebres que ameritaron en tres de ellos tratamiento con sueros hidratantes.

¿Dónde quedó la máxima constitucional al derecho de todo ciudadano a un ambiente sano y equilibrado? Para estos guanacastecos es simplemente letra muerta. Poder Ejecutivo, políticos regionales reelectos y diputados, son cómplices del dolor ambiental de esta gente humilde que no tiene voz y que sufre en silencio la cultura del polvo. 

 

*Abogado, oceanógrafo ([email protected]).

 

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Martes 24 Mayo, 2016

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