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Opinión

Historia de la historia natural de Costa Rica: Trópico Agreste

El biólogo-historiador Luko Hilje Quirós me ha impactado con su volumen Trópico Agreste, con el subtítulo de “La huella de los naturalistas alemanes en la Costa Rica del Siglo XIX”. La maratónica obra, de 865 páginas, nos ofrece una visión panorámica de la Costa Rica decimonónica que surgió con la Independencia en 1821, recibida semanas después a caballo desde la Capitanía General en Guatemala. Narra de paso la consolidación del Estado costarricense, la Campaña Nacional contra los filibusteros y la fiebre del cólera, que enmarcan la época.


Entre tanto en Europa los conflictos bélicos impulsaron una migración perenne al Nuevo Mundo, de franceses, ingleses, suizos, daneses, holandeses y, obviamente, alemanes, buscando la Tierra Prometida en el trópico fabuloso. Pero además de fabuloso, este trópico era agreste: solo para llegar al Valle Central de Costa Rica la ruta utilizada por los inmigrantes alemanes que salían del puerto de Bremen, era cruzar el océano Atlántico hasta San Juan del Norte cerca de la boca del río San Juan, y luego navegar por este río hasta La Trinidad en la boca del Río Sarapiquí, para entrar a territorio nacional subiendo el Sarapiquí hasta Muelle. La peor parte de la travesía era, sin duda, la caminata a Alajuela o San José por trillos lodosos, empinados, plagados de serpientes, insectos, con albergues rústicos, que no todos lograban sobrevivir.


Hilje repasa una larga lista de visitantes, cronistas, exploradores, periodistas y otros transeúntes, junto con extranjeros que sí permanecían en el país, con frecuencia incorporándose a la sociedad costarricense y dejando descendientes hasta el día de hoy. Es en esta época que se siembran muchos de los apellidos alemanes en Costa Rica como los Johanning, Gólcher, Kurtze, Hermann, Rohrmoser, Streber, Nanne, von Schröter y Steinvorth.


Los alemanes Alexander von Frantzius y Karl Hoffmann, ambos médicos y naturalistas, formados en las mejores universidades alemanas de la época y discípulos de Alexander von Humboldt, quien había explorado América a inicios del siglo XIX, son los principales personajes de la historia. Ambos llegaron a Costa Rica con sus esposas, luego de su educación en Alemania. Se mantuvieron conectados con los más destacados botánicos y zoólogos alemanes de la época, con los que colaboraron en la descripción de innumerables especies nuevas para la ciencia.


Hoffmann sin duda es el más admirable, pues demostró un gran compromiso con el país, practicó la medicina en San José, fue el Cirujano Mayor de la guerra contra los filibusteros; murió joven, víctima de una enfermedad degenerativa, que se le intensificó después de la batalla de Rivas. A pesar de su muerte prematura hizo aportes en botánica, zoología y geología.


Por su parte, von Frantzius, zoólogo, entomólogo médico, geógrafo y etnógrafo, además de practicar la medicina y la farmacia, promovió al joven José Cástulo Zeledón, facilitándole su visita y formación en el Instituto Smithsoniano, en Washington. Hilje demuestra de manera convincente que José Cástulo fue el primer naturalista costarricense, a quien le seguirían Anastasio Alfaro y José Fidel Tristán.


Cabe destacar que con Hoffmann y von Frantzius llegó Julian Carmiol (españolización del apellido Carnigohl), quien como jardinero comercial introdujo el bonsái en Alemania, y en Costa Rica se dedicó a importar y vender semillas, así como a reproducir y vender especies nativas de plantas; dejó una gran descendencia en el país. von Franzius regresó a Alemania luego de la muerte de su esposa en Costa Rica, donde murió pocos años después.


El libro encierra un buen número de anécdotas sobre los primeros naturalistas que estudiaron nuestra biodiversidad, buscando nuevas especies en las diferentes regiones del país, en tiempos cuando los especímenes se vendían a los museos del mundo, como cualquier mercancía. Sin embargo, estas colecciones y los especímenes fueron forjando un inventario de al menos los organismos superiores, en particular los vertebrados y las plantas, como en ningún otro país de la región. Hoy suponemos que las especies se valorizan al adquirir un nombre científico, una descripción y así una identidad.


Calidad de la información. Una curiosa cualidad del autor es su atención a los detalles y su disposición a señalar los errores de muchos autores, incluyendo los suyos propios, cometidos en publicaciones previas. Esto lo hace ofreciendo claras explicaciones en cada caso. Este cuidado con la calidad de la información merece una felicitación, aunque al inicio resulte un poco impactante. El cateo de los datos es fundamental en las publicaciones científicas, y en esto veo que Hilje aplica su formación biológica a su relato histórico. ¡Enhorabuena! Otra felicitación va por las ilustraciones, incluyendo fotos y grabados que el autor logró reunir para cada personaje en el relato; un excelente complemento al texto claro y directo.


¿Cuál podría ser mi crítica? El libro es muy largo; las historias de los personajes están entrecortadas y repetitivas, lo cual al final es una ventaja para los que no podemos leer el libro de una sola sentada.


En conclusión: Trópico Agreste es una obra de inmenso valor histórico, que nos permite visualizar cómo la diáspora europea del siglo XIX nos ayudó a forjar un país ampliamente conocedor de su biodiversidad, de su riqueza y de la alta incidencia de endemismo que alberga en tierra y mar. El libro nos permite comprender por qué Costa Rica es hoy en día un país líder en la bioalfabetización de su población, así como en la producción científica sobre su diversidad biológica.

 

*Biólogo

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Martes 05 Agosto, 2014

HORA: 12:00 AM

CRÉDITOS: Por: Pedro León Azofeifa

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