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Opinión

Editorial

Los centros educativos son el nicho donde muchos estudiantes además de cultivar sus mentes con cosas positivas, también pueden comenzar a absorber sentimientos de baja autoestima, que en ocasiones son una carga tan grande que los lleva a pensar en la muerte.


El número de niños y jóvenes que pasan por esta situación va en aumento, a tal punto que hasta el Ministerio de Salud ha comenzado a intervenir en este nuevo flagelo social.


Poco han logrado las campañas que se realizan en los centros educativos, porque en lugar de que más estudiantes denuncien, lo que consiguen es abrir los ojos a aquellos “pequeños delincuentes” para que sigan matando internamente a sus compañeros, a eso es lo que se le conoce como matonismo.


El bullying, como también se le llama, es un problema que ha ocurrido desde siempre en los centros educativos, claro que en ese momento tenía otro nombre y era un fenómeno que en ocasiones aplaudían los propios padres, pues representaba un símbolo de liderazgo dentro del grupo.


En la actualidad, las consecuencias de estas conductas comienzan a tocar las puertas de las casas, cuando ya han dejado de verse como hechos aislados para convertirse en un nuevo fenómeno social que debe ser desterrado.


El Ministerio de Educación Pública (MEP) ha desarrollado campañas para expulsar este mal de las aulas, pero la realidad es que poco o nada han logrado.


Y no somos nosotros quienes lo decimos, sino las estadísticas que salen de los estudios psicológicos en los principales centros de salud del país.


Es más, esta problemática que antes a lo más que llegaba era a crear personas retraídas y con poca personalidad, es ahora el detonante para que un joven desorientado decida acabar con su vida, porque no logra comunicar lo que le está pasando y realmente cree que aquel mensaje que le están transmitiendo es cierto.


Esto es todavía más evidente en jóvenes entre los 15 y los 24 años, momento donde las hormonas, además, les están haciendo una mala jugada a muchos de ellos.


No obstante, también encontramos casos donde desde los 10 años los deseos de acabar con su vida son evidentes.


Como sociedad no podemos ser indiferentes ante la realidad, es obligación de los adultos estar alertas, no solo con lo que viven nuestros hijos, sino también con los cambios de conducta de aquellos niños y jóvenes que frecuentamos.


Los sentimientos de derrota, la depresión y más aún esa falta de deseo por vivir no es algo fácil de ocultar, por el contrario, los seres humanos gritamos en silencio pidiendo ayuda.


Es solo querer escuchar para darnos cuenta y tenderles una mano.


No podemos dejar que este nuevo mal carcoma la sociedad, nuestros niños nos están hablando, nos piden ayuda.


Comencemos a escucharlos y hagamos ese cambio que se nos está pidiendo.

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Viernes 12 Septiembre, 2014

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