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Opinion

Entre angustia y seguridad

Opinión

Usted puede leer el relato completo en Mateo 14,22-33. Los discípulos se encuentran solos mientras reman de una orilla a otra del mar de Galilea. De pronto, la barca empieza a ser zarandeada por las olas, pues el viento es contrario y fuerte. Mientras los discípulos luchan contra el oleaje, Jesús camina hacia ellos sobre el agua, se asustan y gritan. Al verlos miedosos y angustiados, Jesús les dice: “¡Tened confianza, soy yo, no temáis!” (Mateo 14,27). A propósito del “yo soy”, los entendidos explican que Jesús no quiere decir simplemente que no es un fantasma, ni que es aquel que conocen y que hasta hace poco estaban con él, sino que en el original griego equivale al “yo soy el que soy” de Éxodo 3,14, es decir, Dios mismo que, si es así, no ha de provocar miedo sino confianza. “Cada vez que Dios infunde miedo”, escribe Anselm Grün, “no se trata del Dios de Jesucristo, sino de una imagen demoníaca de Dios que llevamos en nosotros. El Dios de Jesús viene a nuestro encuentro como aquel que nos libera de la angustia frente a lo que es amenazador y demoníaco. Y los evangelistas nos describen continuamente a Jesús como aquel que llena de confianza en la existencia a las personas angustiadas”. Y concluye: “Este es el signo característico de Jesús: él apacigua la angustia existencial del ser humano y le infunde una nueva confianza, confianza en aquel que lo sostiene, confianza en la vida que Dios nos ha dado como algo bueno, y confianza en las propias posibilidades que hemos recibido de Dios”.

Un detalle importante en el relato para poder entender la reacción en este caso de Pedro y en cualquier otro: Mientras permanece mirando a Jesús anda tranquilo sobre el agua, pero al fijarse en la violencia del viento y las olas, siente que se hunde. Así en nosotros, mientras miramos a Jesús experimentamos seguridad y paz en medio de las situaciones angustiosas por las que pasamos, pero si las atendemos a ellas, entramos en el miedo y la angustia, nos hundimos como Pedro.

En la práctica, en nosotros como en Pedro, hay una mezcla de poca fe y de fe firme. Y lo que hemos de hacer es mirar a Jesús que viene a nuestro encuentro dispuesto a reafirmar nuestra débil fe, que no es tanto una adhesión intelectual a una doctrina sino a Dios, a alguien.

Desde esa “poca fe”, desde ese dudar de Pedro, también nosotros decimos con el salmista: “¡Sálvame, oh Dios, que estoy con el agua al cuello! Me hundo en el cieno del abismo y no puedo hacer pie; me he metido en aguas profundas y las olas me anegan. Estoy exhausto de gritar, me arde la garganta, mis ojos se consumen de esperar a mi Dios” (Salmo 69, 2-4). Para el orante, Dios es aquel que lo puede salvar de la angustia ante la situación en que está: “Extiende tus manos desde lo alto, líbrame de las aguas caudalosas, líbrame de la mano de extranjeros, cuya boca profiere falsedades y su diestra es diestra de mentira” (Salmo 144,7-8).

Sigo con el tema, otro día, Dios mediante.

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Sábado 13 Abril, 2024

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