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Opinion

Urbanidad política

Miguel Ángel Rodríguez

La urbanidad es muy necesaria en la vida política para facilitar el progreso y los buenos resultados de los gobiernos. A lo largo de su historia la humanidad ha ido estableciendo normas de trato entre las personas que integramos la sociedad para facilitar nuestras relaciones.

Desde cómo nos saludamos con gestos y palabras, cómo nos comportamos en la mesa, cómo convivimos en un autobús, hasta los procedimientos de un parlamento, las reglas de trato nos simplifican la vida. 

¡Qué complicado sería tener que inventar algo equivalente a buenos días, dar la mano, decir gracias o adiós en cada ocasión en que nos encontramos con alguien o se nos hace un favor o nos despedimos!

Saber cuál será el comportamiento previsible de las demás personas en nuestro trato con ellas además de simplificar la vida, evita conflictos.

Si no hubiese reglas de buenas maneras sería muy difícil saber si la persona con la que nos relacionamos tiene buenas o malas intenciones, y nuestra necesidad de defendernos nos tornaría mucho menos comunicativos, más recelosos e incluso potencialmente más agresivos.

Pues esas ventajas del buen y cortés, esos comportamientos también son muy importantes en la comunicación política, y especialmente en una democracia.

En un gobierno autocrático, tal como lo señala Maquiavelo, el poder del “príncipe” se asienta mejor en el temor que en el afecto al gobernante.

Pero en una democracia liberal, es decir en una democracia comprometida con un gobierno limitado por medio de la institucionalidad del Estado de Derecho, el asiento de la fuerza del soberano no es el poder de su arbitraria voluntad, sino el cumplimiento de las normas constitucionales y legales, el acatamiento a las competencias prestablecidas y el respeto a la dignidad, libertad y derechos de los ciudadanos.

Esas características de la democracia liberal permiten que el Estado limite y controle a las personas y a la sociedad para impedir el caos y que unos sean lobos de los otros. Y a la vez permiten que la sociedad limite y controle al Estado para impedir la tiranía.Como las personas, gracias a Dios, somos diferentes para que ninguna sobre, como además somos ignorantes, y como los recursos son limitados frente a la multiplicidad de diferentes necesidades y deseos, en la sociedad democrática liberal surgen grupos con diferentes concepciones e inclinaciones.

Ninguno tiene todo el poder, aunque de conformidad con las normas constitucionales y los resultados electorales el poder de las diversas facciones es diferente.

En estas circunstancias es imprescindible el intercambio, el debate, la conformación de acuerdos entre los diversos actores políticos, culturales, económicos y sociales.Un trato urbano, cuidadoso, deferente, respetuoso de unos con otros facilita los debates y los acuerdos. Es más fácil oír a quien bien nos trata que oír a quien nos maltrata.Si algo ha diferenciado nuestra historia republicana es que generalmente han prevalecido la urbanidad en nuestras relaciones políticas.Claro que ello no es obstáculo para que se manifiesten con vehemencia posiciones contradictorias, ni para que se intente por los causes jurídicos adecuados transformar las instituciones, ni para que se analicen y critiquen las posiciones de los adversarios políticos. Ni siquiera es óbice para la respuesta ingeniosa, sagaz y burlona de un Ricardo Jiménez.

Pero todo dentro de los cánones del respeto y las buenas maneras.

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Lunes 24 Julio, 2023

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