Soy un hombre de 53 años, separado. Conocí a mi esposa en la iglesia a la que íbamos, era buena, decente, comedida, pero con el matrimonio se desató. Comenzó a salir con amigas, y hasta descuidó a los hijos al punto que cuando nos separamos ellos se quisieron quedar conmigo. Yo los terminé de criar y ya están grandes y quiero rehacer mi vida, pero creo que no quiero una mujer buena porque esta me salió muy mala.
Estos relatos abundan, personas que se sorprenden cuando, una vez consumado el matrimonio, uno de los dos, sea el hombre o la mujer, cambian su comportamiento de forma radical. Son frases populares: “sacó las uñas”, “se convirtió en otra persona”, “ya no es el mismo”, en fin, todos hemos escuchado estas expresiones que resumen la sorpresa y el impacto de lo vivido.
Por eso los estudios son claros en mencionar que una vez que la pareja vive junta, sea porque se casó, sea porque optaron por el convivio, den un compás de espera de al menos dos años para terminar de conocerse, bajo la premisa de que no es lo mismo ser novios que ser pareja.
Es muy probable que la pareja que tiene problemas siendo novios los tendrá en el matrimonio, pero lo contrario no es cierto, es decir, no necesariamente los novios que se llevan bien logran mantener esa armonía al momento de vivir bajo el mismo techo.
En toda relación el punto clave son los hijos, en el sentido de que una vez que nacen la relación pasa a un plano eterno, ante una separación dejarán de ser esposos, pero nunca dejarán de ser los padres, y como tales tendrán un nexo directo e indirecto para siempre. Además, muchos rehúyen una separación porque ya hay hijos. Por eso el punto no es solamente que sea buena o mala, sino que tengan el tiempo para conocerse antes de optar por tener hijos.