A pocas horas de haber comenzado el 2020, las autoridades atendían el que fue el primer femicidio del año.
Una joven profesora de 38 años, madre de dos hijas adolescentes, murió aparentemente asfixiada en su propia cama a manos de quien sería su novio de muchos años.
El sujeto avisó a la policía que los retuvieron con la intención de asaltarlos, pero cuando los oficiales llegaron a la vivienda en Alajuela encontraron el cuerpo de la docente empezando a descomponerse. Se presume que murió la noche del 31 de diciembre.
La víctima en varias ocasiones solicitó medidas de protección contra el sujeto, pero al parecer seguían frecuentándose.
En 2019, al 17 de diciembre, según la Fiscalía Adjunta de Género se registraron 13 femicidios (11 de las víctimas eran costarricenses y 2 nicaragüenses) y ocurrieron en las provincias de Guanacaste (2), Puntarenas (4), San José (3), Limón (2), Alajuela (1) y Heredia (1). El caso más reciente se produjo el de 30 de noviembre en Pavas, San José.
Pese a que en comparación con años anteriores las cifras de femicidios disminuyeron considerablemente en 2019, lo cierto es que ninguna mujer debería ser víctima de agresiones por parte de su pareja, ya sea esposo, novio o cónyuge, y menos de otros miembros de su familia.
La violencia contra las mujeres se perpetúa de las formas más insospechadas dentro del propio hogar. Las agresiones son un proceso progresivo. No comienzan con ojos morados, patadas y puñetazos, sino que germinan lentamente en forma de descalificaciones, chistes aparentemente inofensivos, desprecios y hasta silencios innecesarios.
Después vienen groserías físicas, verbales y psicológicas sobre el aspecto físico, la edad, la vestimenta, la alimentación, el trabajo, las amistades, la familia y así hasta disminuir a la nada a una persona con tal de ejercer poder sobre ella.
Muchas mujeres de cualquier edad, estrato social, grado académico, credo religioso y preferencia sexual son cada día agredidas y vulneradas descaradamente, sin que logren romper los círculos viciosos donde se hallan personas que aseguran que las aman.
Una buena parte de las féminas sometidas a hechos de violencia son manipuladas por sus parejas o exparejas, engañadas en sus sentimientos y amenazadas para que guarden silencio.
No debemos permitir que se repitan historias como la de este 2 de enero; como la de Eva, quien falleció a manos del padre de su bebé; o como la de Andrea, quien fue asesinada a golpes por quien le juró amor eterno frente al altar. Es imperdonable que muera otra mujer.
Si queremos que nuestra sociedad sea más inclusiva y de paso más competitiva en todos los ámbitos debemos comenzar por cambiar los roles en nuestros hogares, desterrar los prejuicios mentales y por sobre todo priorizar la educación con amor y respeto para ambos sexos.
La violencia contra las mujeres también es violencia contra los niños y niñas, pues cuántos hijos e hijas no han quedado huérfanos y emocionalmente afectados para toda la vida por la muerte de su madre y el encarcelamiento de su padre. Un caos familiar de grandes magnitudes.
El machismo, además de lastimar a las féminas, ha reprimido durante siglos a los hombres, quienes han debido construir y proteger su género con una fachada dura de emociones contenidas y agresiones exigidas.
¿No es tiempo ya de olvidarnos de estos dañinos arquetipos? Debemos analizar qué nos está impidiendo edificar un país más inclusivo con hombres y mujeres felices, realizados e iguales, e impedir que los femicidios sigan engrosando las cifras de muertes cada año.
Pero la violencia contra las mujeres no queda en la muerte o las agresiones en la propia familia, se trasladan al recinto laboral. Ellas muestran mayores índices de subempleo que los hombres, casi el doble, pues representan el 12,7% y el 6,7%, respectivamente, según cifras del Instituto Nacional de Estadística y Censos.
Lo anterior nos remite a otro escenario poco positivo, que es el empleo informal, pues ante la necesidad es mejor pájaro en mano que cien volando. No decimos que esta opción laboral sea indebida, por el contrario, indicamos que la desesperación de muchas por no tener cómo ganarse la vida las expone a patronos inconscientes y abusadores.
El empleo informal paga menos y protege menos a sus colaboradoras, abusa de las jornadas y niega derechos como el seguro y la salud. La población ocupada con un empleo informal el año anterior fue de aproximadamente 971.000 personas, de ellas 409.000 son mujeres.
Costa Rica debe cambiar el chip. No debemos seguir trabajando en conceptos de igualdad, solidaridad, competitividad, inclusión y respeto cuando el propio mercado laboral margina mujeres, las abusa y las disminuye sin sanciones ni reprimendas.
La lucha de las féminas por una vida sin violencia aún es larga, pero debemos darla todos los miembros de la sociedad, más allá de los extremos y los excesos ideológicos, religiosos y políticos.