La vida de fe, lo mismo en María que en nosotros, es andar entre la luz y la oscuridad, es decir, en la penumbra, mezcla de luces y sombras. La fe es, según Dionisio el Areopagita “un rayo tenebroso”.
En efecto, en el día de la anunciación, María fue consciente de que el ángel Gabriel afirma el ser que concibe en su seno: “Será grande, será llamado Hijo del Altísimo; su reino no tendrá fin” (Lucas 1,32). Es decir, que puede tener un conocimiento suficiente de Aquel que es concebido en su seno, obra del Espíritu Santo, sin concurso de varón. El Padre Larrañaga discurre así: “Seguramente la espléndida visitación de Dios en este día arrastró una infusión extraordinaria de luces y ciencia. Sobre todo es seguro que la inundación personal y fecundante del Espíritu Santo fue acompañada de la plenitud de sus dones, particularmente del espíritu de sabiduría e inteligencia. A la luz de esa presencia única del Espíritu Santo en este día, María veía todo muy claro”.
En contraste con ello, no obstante y de acuerdo con otros textos del Evangelio, María más tarde no entiende algunas cosas y se extraña de otras. Ahora bien, si en el momento de la anunciación María comprende perfectamente lo que a Jesús se refiere, y después no, ¿qué sucede en el intermedio?, ¿alguna contradicción, una información deficiente para el evangelista?
“Para mí, razona el Padre Larrañaga, ese fondo oscuro y contradictorio está lleno de grandeza humana. Y desde esa oscuridad, María emerge más brillante que nunca. La Madre no fue ningún demiurgo, es decir, un fenómeno extraño entre diosa y mujer. Fue una criatura como nosotros, una criatura excepcional, eso sí, -pero no por ser excepcional, dejaba de ser criatura-, y que recorrió todos nuestros caminos humanos con sus emergencias y encrucijadas.
Es preciso meter a María en nuestro proceso humano. Lo que nos acontece a nosotros pudo haber acontecido a ella, salvando siempre su alta fidelidad al Señor Dios”. ¿Qué sucede entre nosotros? Que nos manejamos con unas pocas seguridades y con muchas inseguridades. ¿Qué sucede? Que por la mañana vemos claro, al mediodía nos sobrevienen las dudas y por la tarde la oscuridad.
“Por esta línea humana, ondulante y oscilante, concluye nuestro autor, podríamos explicarnos, el hecho de que María veía claro en una época determinada y, al parecer, no veía tan claro en otras épocas”.
En el día de la anunciación, todo parece prodigioso, esperanzador, feliz. Pero, al poco tiempo, al dar a luz en la cueva de Belén, se ve sola y abandonada. Casi inmediatamente se ve obligada a huir a Egipto, lejos de los suyos y su patria. Después durante treinta años, ninguna novedad; solo monotonía y silencio.
¿Qué hace María? San Lucas lo sintetiza así: “Guardaba y meditaba estas cosas” (2,19). Volviendo a las antiguas palabras de la anunciación y otras, se siente iluminada y fortalecida, capacitada para seguir caminando, en que consiste la fe. “Así, concluye el Padre Larrañaga, la Señora fue avanzando entre luces antiguas y sombras presentes hasta la claridad total. Los diferentes textos evangélicos, y su contexto general, están claramente indicando que la “comprensión” del misterio transcendente de Jesús fue realizándola mediante una inquebrantable adhesión a la Voluntad de Dios que se iba manifestando en los nuevos acontecimientos”.
La reacción de María es permanentemente esa: “Hágase en mí según tu palabra” (Lucas 1,38). Es decir, según la Voluntad del Señor. Y todo, aunque en el momento no entienda lo que sucede. Por ejemplo, cuando el Niño se queda en el Templo o en el encuentro con el anciano Simeón. No comprende lo que sucede, y llena de paz y paciencia, vuelve sobre sí misma y guarda y medita sucesos y palabras, esperando la luz. El Padre Larrañaga lo dice así: “La Madre es como esas flores que cuando desaparece la luz del sol se cierran sobre sí mismas; así ella se repliega en su interior y, llena de paz, va identificándose con la voluntad desconcertante de Dios aceptando el misterio de la vida”.
Y concluye: “La Madre puede presentarse diciéndonos: “Hijos míos: Yo soy el camino. Venid detrás de mí. Haced lo que yo hice. Recorred la misma ruta de fe que yo recorrí y perteneceréis al pueblo de las bienaventuranzas: ¡Felices los que, en medio de la oscuridad de una noche, creyeron en el resplandor de la luz!”.
Dios mediante, seguimos otro día.