Confieso que Venezuela ocupa una parte importante de mis más importantes experiencias de vida. Ahí trabajé cuatro de los seis años en que estuve vinculado al SELA y a proyectos y programas de desarrollo e integración a nivel latinoamericano.
Caracas, en aquel entonces, era literalmente la “Atenas” de América Latina por sus formidables casas editoriales, el movimiento artístico de pintores y escultores modernistas, su teatro vanguardista, su ágil, veraz, libre y crítico periodismo, sus restaurantes y las formidables tertulias en los cafés de sus zonas peatonales que, en ese tiempo, eran el refugio de políticos democráticos y de intelectuales progresistas, exilados de las brutales dictaduras militares de Chile, Argentina y Paraguay.
Aquella pujante Venezuela, fundadora y líder de la UPEP, estaba en el firme camino de ser el primer país desarrollado de América Latina, por sus altísimos índices de crecimiento económico y social, enormes inversiones públicas en educación, salud pública e infraestructura y la forma solidaria con la que su Fondo de Inversiones contribuía al desarrollo regional.
Como lo hizo con Costa Rica en el plano económico y financiero y, también en el militar, cuando aviones venezolanos artillados, a solicitud de los gobiernos de los presidentes Rodrigo Carazo y Luis Alberto Monge, defendieron solidariamente nuestra soberanía, primero de la dictadura somocista y después de la traición orteguista.
Esa Venezuela pujante, libre y democrática dejó de existir hace un poco más de dos décadas a manos de un teniente coronel autoritario, ambicioso y de verbo demagógico, de nombre Hugo Chávez y, después de su muerte, por Maduro y una gavilla de ladrones que se han robado más de 100.000 millones de dólares de la empresa petrolera PDVSA y quién sabe cuántos millones más de la explotación irracional del oro y otras riquezas de la Amazonía, a manos de unas Fuerzas Armadas transformadas en el brazo militar de la así llamada “revolución bolivariana” y cómplices y socios de poderosos grupos narcotraficantes colombianos en el vil y oscuro delito trasnacional de las drogas ilegales.
El domingo 28 de julio tendría que haber elecciones en Venezuela. Maduro y su grupúsculo han hecho lo imposible para prohibir, hacer fraude y robarse unas elecciones que saben perdidas, excluyendo al movimiento de OPOSICIÓN que lidera María Corina Machado y que es seguido de entusiastas e inmensas multitudes populares exigiendo un CAMBIO DEMOCRÁTICO.
Las de Maduro y sus cercanos acólitos no son solo razones ideológicas de extrema izquierda a la cubana. Es que han robado tantísimo y violentado en forma tan inmisericorde los derechos de los venezolanos (ocho millones de exilados políticos y económicos) que, difícilmente, entregarán el “poder político”. Su miedo más profundo es tener que responder ante la JUSTICIA INTERNACIONAL.
¡Mi apoyo y solidaridad con el pueblo venezolano en estos días históricos!