Bien hizo la Iglesia católica al alzar la voz en contra de la ola de violencia por la que atraviesa al país y de la que se contabiliza un récord en el número de homicidios.
Frente al presidente de la República, Rodrigo Chaves, y su gabinete se hizo la excitativa de que como país no podemos escatimar esfuerzos para sacar adelante la tarea.
La homilía hacía referencia a la inseguridad, la violencia, el narcotráfico y la desigualdad, que en su conjunto están generando una bomba de tiempo que se halla a punto de explotar.
Qué mejor marco que el Día de la Virgen de Los Ángeles, patrona de Costa Rica, para condenar todos estos flagelos que hoy en día nos condenan como sociedad.
“No es del agrado de Dios lo que estamos viendo”, dijo Juan Miguel Castro, obispo de la Diócesis de San Isidro de El General en la Basílica, y ciertamente tampoco es algo propio de la antigua Costa Rica.
Sin embargo, hay muchos factores que propician esta situación y que van más allá de un tema de seguridad ciudadana. Mientras no haya una mejora en términos de empleo, es probable que los jóvenes sigan buscando la salida fácil.
Datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos revelan que en efecto son las personas de entre 24 y 35 años quienes tienen más dificultades para encontrar trabajo. Aún más preocupante es que muchas de estas son jefas de hogar.
Hace poco incluso un grupo de agricultores comentó cómo a falta de oportunidades las familias se están metiendo en este oscuro flagelo y lo mismo ocurre con los pescadores.
Necesitamos opciones para la población y que no se conviertan los asesinatos a sueldo en la única salida. Una mejora en las condiciones de vida es lo que se requiere para detener lo que estamos viendo.
Bien lo dice la Iglesia, solo a través de una educación de calidad y la promoción del desarrollo y la dignidad humana vamos a encarar realmente el problema.
Costa Rica requiere volver a ser aquella que nos enseñaron nuestros padres, donde había valores. Hoy vemos cómo hay cada vez una mayor desintegración familiar y niños prácticamente creciendo solos.
Nos caracterizamos por ser un país de paz, pero ahora lo cierto es que pagan justos por pecadores y a veces inocentes terminan pagando por la codicia de otros.
Es urgente volver los ojos a esas zonas en pobreza, donde reina la desigualdad; no debemos permitir perdernos como sociedad, pues quien no conoce la historia está obligado a repetirla.
Tristemente, lejos de aprender de la historia de algunos países latinoamericanos, cada día nos acercamos más al borde. No debemos cerrar los ojos ante la realidad: nos estamos perdiendo como sociedad. Lo bueno es que todavía estamos a tiempo de actuar.
Nuestras armas deben ser la educación, el empleo de calidad y bien remunerado, y, como lo decíamos anteriormente, la búsqueda de valores en la familia y de esa añorada paz que alguna vez tuvimos.
Abramos los ojos y no perdamos lo poco que nos queda.