En un país que atraviesa momentos críticos de transformación, con problemas estructurales que exigen soluciones técnicas y a largo plazo, no podemos seguir permitiendo que las instituciones estén en manos de quienes carecen de la formación, la visión o el compromiso para abordarlos de manera efectiva.
Hoy, más que nunca, se hace urgente repensar y reformar el sistema de elección de nuestros diputados, para que estén al servicio del país y no de intereses personales o de grupos. La crisis política que vivimos no es solo un asunto de corrupción o de escándalos mediáticos, sino de una profunda desconexión entre los representantes y las necesidades reales de la sociedad.
En vez de enfocarse en la construcción de soluciones duraderas, muchos legisladores parecen más interesados en resolver problemas inmediatos, en apariencia simples, pero superficiales. Su enfoque resulta cortoplacista, electoralista y orientado a la popularidad, no a la sostenibilidad ni al bien común.
Es alarmante cómo la falta de criterio técnico y de visión de futuro se han convertido en características común de las agrupaciones políticas. Las decisiones que toman, o las que omiten, parecen responder más a la lógica de la negociación política o a la búsqueda de intereses particulares que a un análisis serio de las necesidades del país.
En lugar de buscar soluciones integrales, predominan parches que no resuelven los problemas de fondo. Nos encontramos con un Congreso que, en lugar de liderar un debate serio sobre educación, salud, desarrollo económico o justicia, sigue siendo un escenario de manipulación y de juegos políticos que solo generan inestabilidad.
Es un hecho que la calidad de los congresistas actuales deja mucho que desear. No solo en términos de preparación técnica, sino en su capacidad para manejar información clave y tomar decisiones fundamentadas en la evidencia. La política no puede seguir siendo un espacio donde predominen la ignorancia, la falta de preparación o, peor aún, el interés personal sobre el bienestar colectivo.
El país necesita políticas públicas basadas en la evidencia, en la experiencia y en el conocimiento, pero los actores políticos siguen anclados a un sistema de representación obsoleto que premia el protagonismo vacío y la ineficiencia, pues tal como lo conocemos hoy, favorece la perpetuación de estos actores ineficaces.
También se da la proliferación de partidos políticos con estructuras débiles, que no garantizan un mínimo de profesionalismo ni de compromiso con los grandes temas del país y el sistema de representación proporcional que es bien intencionado, pero termina favoreciendo a aquellos que hacen promesas fáciles y contribuyen a esta crisis de representatividad.
Urge, por tanto, una reforma profunda que valore no solo la afiliación política, sino también la capacidad técnica, el conocimiento y la disposición de nuestros diputados para trabajar por el futuro del país.
Es necesario que las agrupaciones políticas se transformen, y que los procesos de selección no solo tomen en cuenta la popularidad, sino también la idoneidad de quienes se presentan. El país necesita diputados con formación técnica en áreas clave como economía, salud, educación, ciencia y tecnología.
Las decisiones que tomamos hoy son fundamentales para el futuro de las próximas generaciones, y no podemos seguir arriesgando el rumbo del país a manos de quienes no están capacitados.