Desde antes de nuestra independencia nuestros antepasados, pocos, pobres y aislados fueron conscientes de la enorme importancia de la educación formal para poder alcanzar el bien común.
La educación de los ciudadanos facilita la vigencia de su dignidad, la paz y la fraternidad en la convivencia social y el desarrollo espiritual y cultural de personas libres; abre oportunidades de superación a los habitantes de la patria y promueve la innovación y la eficiencia en la economía.
Solo cuando se asegura a todos los individuos el derecho de contar con una educación que les brinde el conocimiento adquirido por la humanidad a través de los siglos -que es herencia de toda la colectividad- es posible conciliar la paz y el progreso en una sociedad de personas libres. A principios del siglo XIX previsoramente pasamos de la trasmisión de conocimientos por la familia y por la acción voluntaria de la Iglesia Católica, a la educación formal como una actividad supletoria y complementaria del Estado.
Con el desarrollo de una sociedad, con su crecimiento y especialización, la educación formal llega a ser una necesidad para la comunicación inteligente entre sus miembros. En efecto: además de propiciar la igualdad de oportunidades y la aceptación de los resultados desiguales originados en capacidades, gustos y suerte también desiguales, la educación generalizada permite a los integrantes de una comunidad en libertad unirse en búsqueda del bien común y progresar.
En buena medida hoy poseemos las características que nos distinguen como nación, por esa temprana decisión de nuestros antepasados y por la constante preocupación de los costarricenses de fortalecer la capacidad de nuestra educación pública para generar habilidades y de formar en valores.
Pero con la aceleración vertiginosa del cambio en las formas de convivencia (estructura familiar, comunitaria, nacional e internacional) y con las nuevas tecnologías de la tercera y cuarta revoluciones industriales es preciso una masiva adaptación de la educación formal a las nuevas circunstancias.
Para generar oportunidades, en la formación de habilidades debemos responder a las demandas del siglo XXI para que los estudiantes puedan desempeñarse en las condiciones que hoy privilegian la ciencia, la tecnología, las ingenierías, la creatividad, las matemáticas (STEAM). Para lograrlo también la educación actual debe responder a la necesidad de habilidades blandas o destrezas para la vida que son determinantes para los trabajos del futuro, tales como trabajo en grupo, empatía, creatividad, pensamiento crítico y saber aprender a aprender. Y para una convivencia basada en el bien común la educación formal debe colaborar con las familias para la formación en los valores de nuestra cultura judeocristiana que propician el propósito de superación personal y el ejercicio de una responsable amistad social.
En la formación en valores debemos partir del hombre como protagonista de su destino, creador y transformador de la historia, con vocación de ser cada día mejor y más fraterno, y así promoveremos una educación vigorosamente encauzada hacia una sociedad con mayor justicia y bienestar. Una educación en la que educadores y educandos como poseedores críticos de sólidos conocimientos lingüísticos, científicos, artísticos y tecnológicos, con capacidad creativa y sustento en arraigados valores éticos, se lancen juntos a la conquista del futuro.
La tarea es urgente. La pandemia con suspensión total en 2020 y suspensión parcial de clases presenciales este año, la falta de canales de infocomunicación y de preparación de los docentes para la enseñanza a distancia, y las huelgas de 2018 y 2019 han magnificado las debilidades de nuestro sistema educativo previas a estos desdichados eventos.
El Informe Estado de la Educación 2021 señala. “Las fortalezas no alcanzaron: el sistema de educación preescolar, general básica y diversificada enfrenta una grave crisis producto de problemas estructurales no resueltos y el golpe de la pandemia”. Y el Informe Estado de le Educación 2019 ya había señalado sin que se haya atendido: “La estructura y los estilos de gestión del MEP obstaculizan avanzar en el logro de los objetivos nacionales de cobertura y calidad educativa”.
No tenemos en el país tarea más importante que una transformación profunda de la enseñanza pública.