Definitivamente el agro está manos arriba. Desde antes de la pandemia este sector se sumía en una profunda crisis por aspectos económicos y tecnológicos, pasando por el olvido del gobierno, los tratados de libre comercio y la poca competitividad nacional.
Es un cúmulo de tragedias las que golpean a los agricultores nacionales, muchos endeudados hasta el cuello, con cosechas que no dieron resultados, con ventas que no se concretan y fincas que debieron reconvertir para garantizarse alguna ganancia, aunque sea mínima, para sobrevivir.
El grito de auxilio de este sector se escucha desde hace años, pero nadie se decide a ayudarle. Los ministros del ramo hacen la vista gorda mientras el drama aumenta. Cada vez son menos los ticos que se dedican a trabajar la tierra y con ello disminuye la producción para abastecer el mercado interno.
La emergencia sanitaria está dando la estocada final a muchos hombres y mujeres que a lo largo y ancho del territorio nacional madrugan para sembrar, que hacen mil esfuerzos para cosechar y colocar sus cultivos, una buena parte de ellos endeudados.
Las restricciones impuestas por el gobierno hicieron que una buena parte pusiera candados a sus negocios, mientras que otros enfrentan pérdidas millonarias.
El caso de los frijoleros es lamentable porque el Consejo Nacional de Producción (CNE) ha hecho compras ocultas de grano importado, o sea tras de que vienen de capa caída, la institución que se supone debe ayudarles les juega sucio.
Cómo es posible que prefiera comprarles a Nicaragua y Estados Unidos antes que a los nacionales, esos que se levantan de madrugada para sembrar, cuidar sus cultivos y después vender al precio que les ofrecen para no perder la cosecha.
Esto es algo injusto porque se supone que el CNP debe darles prioridad a los productores nacionales para ayudarles a salir adelante, pero ante estas circunstancias entendemos por qué muchas veces a nuestros agricultores se les quedan sus productos sin vender y, peor aún, se les pierden.
Debido a una situación, muy similar a la del año anterior, DIARIO EXTRA debió echarles una mano a los frijoleros para que pudieran venir a San José a vender su cosecha porque de lo contrario no solo la hubieran perdido, sino que también habrían perdido la inversión que hicieron para sembrar.
Gracias a esta iniciativa privada estos productores pudieron recuperar su inversión porque muchos ticos se llevaron una o más bolsitas de frijoles para sus casas.
Este gobierno y el anterior aún no entienden que un país debe tender la mano a sus agricultores porque muchos, si no es que todos los alimentos deben producirse aquí para no depender de las importaciones.
Los agricultores están en crisis. Las cosechas, que son dos por año, deben venderlas a los intermediarios a precios de hambre, mucho más bajos que los costos de producción.
Es decir, si el quintal de 47 kilos está a un precio promedio de entre ¢34 mil y ¢35 mil, los productores resienten que las ofertas de los intermediarios no superen los ¢25 mil.
Muchos de estos productores arriesgan sus pocos recursos para sembrar, rezan por que las condiciones del tiempo sean las óptimas y tener una buena cosecha, pero es un abuso que se pretenda pagarles poco por lo que tanto les cuesta.
Definitivamente aquí rige la ley de la oferta y la demanda, del libre mercado, pero no se justifica que quienes se dedican a sembrar en estas comunidades tan pobres sigan siendo víctimas de inescrupulosos.
No entendemos cómo el Estado, que se supone debería generar políticas de mayor protección agrícola en caso de cultivos tan sensibles como el frijol, no meta mano en el asunto para velar por que haya justicia para los agricultores.
El sector agropecuario pierde terreno dentro de la economía y esta es justamente una forma de lograr su fortalecimiento para que no desaparezcan cada vez más productores.
Los frijoleros necesitan un incentivo de política agropecuaria en la que haya garantía, así como reglas claras para la importación del grano. Si el Estado replica el mensaje de que el agro es sumamente importante, entonces debe demostrarlo con hechos porque las palabras se las lleva el viento.