Quizá son muy pocos los que en este humano globo han reflexionado in profundis sobre la sentencia que dejó don Albert Einstein cuando dijo “Temo que la tecnología bestialice al hombre”. Si viviera hoy, diría, “Me quedé corto”, viendo a ese hombre metido de cabeza en un celular, ya en una mesa servida, ya con unas visitas en casa, ya en la calle, en el auto, en la oficina, en el templo, en el teatro, en el estadio, en la universidad, en el colegio, en la escuela, en la cuna para que el niño no llore y llevado hasta la almohada y al inodoro para evacuar el vientre.
A la lectura buena y seria, de la que le faltaba poco para su extinción, el celular se encargó de enterrarla y el libro “requiescat in pace”. Y es que no faltan los que confunden información rápida y superficial con el conocimiento de verdad. Y la tecnología que llegó accidentalmente como una entenada lejana del conocimiento científico más puro, ha pasado a ser, para la canalla de este mundo, la ilustración suma del saber.
Dentro de mi pequeñez quiero decir que mi investigación titulada “El fascinante universo de la geometría” la he hecho llegar a escuelas, facultades e institutos de matemática de más de trescientas universidades, sin contar profesores de la disciplina, pero, inexplicablemente, se ha dado un gran silencio de parte de esas instituciones como de aquellos profesores y doctores en matemática.
La diminuta ecuación X 0 = 1 no es una hipótesis, no es una invención, no es una proposición, no es una teoría, la ecuación X 0 = 1 es el corolario de un teorema, es un resultado geométrico cierto y claro, es una verdad geométrica que se obtiene por un procedimiento matemático sencillo pero riguroso e inobjetable. Y la otra ecuación, X 0 = 0, que fue la primera en descubrirse en 1967 y que junto con la otra conduce a una nueva teoría geométrica sobre el universo.
Cuesta creer que exista un mundo científico tan mezquino que se repliega para no mirar hacia otros horizontes porque está enloquecido en un celular.