“Vivir es, por definición, perder, no poseer, no completar, no lograr nunca todo”, dice la maravillosa Rosa Montero, escritora española, en un artículo reciente titulado “Como el roble sobrelleva la sed”, dedicado a las metas de cambio de año. Ella está convencida de que lidiar con la frustración es más importante que inscribirse en un gimnasio o abarrotar de regalos a los hijos, y que ese vendría a ser el verdadero propósito de las evaluaciones que hacemos cada diciembre y enero. La menciono porque, en un mundo que pasa tan rápido ante nuestros ojos, con tantas cosas que podrían no gustarnos, con tantos otros que sí tienen lo que nosotros no, pareciera necesario prestarle atención a lo verdaderamente importante.
Evitar la frustración, claro está, no es un acto gratuito ni una obra de magia, pero existen estrategias que nos pueden fortalecer para lograrlo. Una de ellas es reconocer que somos animales sociales, que ocupamos vivir en manada si pretendemos estar mejor; que requerimos, siempre, vincularnos sanamente con otras personas. Existe información científica que nos dice que uno de los componentes más necesarios para llegar a viejos -y, sobre todo, llegando bien- es compartir con otros, sentirse parte de un grupo, tener sentido de pertenencia; lo requerimos todos, desde los más jóvenes hasta los mayores. Hay, por supuesto, muchas maneras de fomentar estas acciones. Hoy deseo mencionar un aspecto puntual: ponerles fecha a los espacios sociales.
Hace pocos días un estimado amigo me invitó a un convivio en su propiedad. Cuando él me dijo, muy en tico que un día de estos voy a hacer una carne asada para que lleguen varios amigos, fue graciosa su cara de sorpresa luego de que le pedí que le pusiéramos fecha a la actividad, con celular en mano para anotarlo en mi agenda. Ya con más seriedad, tomó el suyo y acordamos un sábado en particular; luego él se encargó de pasarle la invitación al resto de compañeros. Llegado el día, compartimos un muy buen rato, nos reímos, contamos anécdotas, cantamos, en fin, fue un espacio de mucha conexión, de sentirnos todos muy vivos, muy ahí, muy presentes.
Otro día que pasó lo mismo, otro amigo me canceló cuando le recordé la fecha que habíamos acordado. Su respuesta fue, por segunda ocasión luego de habérmelo dicho desde la primera oportunidad, que un día de estos lo retomamos. Y todo bien, no pasa nada; ni hay resentimiento, ni mucho menos. Tampoco me lo tomo personal: habrá ocasiones que sí se logrará, en muchas otras no. Lo importante fue, en todo caso, el primer ejemplo. Para conectar, para compartir, sin que necesariamente se trata del espacio más íntimo de la vida, tan solo para sentirnos en comunidad, basta en ocasiones con que pongamos fecha, superando las viejas mañas costarricenses de no aterrizar, de no puntualizar y honrar los acuerdos, aunque no sean “cosas tan serias”. Suena banal, lo sé, pero nos puede alegrar una semana cansada y desgastante.
Enfrentar la frustración requiere de muchas estrategias, más de las que menciono en este escrito. Pero, sin duda, se hace mejor en compañía de otros, sintiéndonos con pertenencia, riéndonos, abrazándonos, siendo parte de algo. Teniendo, sí, conexión, cercanía, espacios para compartir, soltando, permitiéndose perder lo que así corresponda; no necesariamente atesorando, siendo víctimas de las demandas sociales o de lo que el mundo espera de nosotros. En fin, apreciando los pequeños espacios que nos da la vida. Para este nuevo año, echemos pa’ lante. Pero hagámoslo con estrategia: una de ellas, no hacerlo solos.