Empresa de 37 años instaló tradición navideña en el país
Amitad de la década de 1970, Luis Diego Soto salió del colegio y decidió emprender con las ricas cajetas que ayudaba a hacer a su mamá junto con sus cuatro hermanos. La diferencia con otras iniciativas fue que tocó a las puertas de grandes supermercados y se hizo un espacio junto a renombradas marcas.
Era un negocio pequeño, familiar, en el que, sin una receta con preservantes, marca registrada, permisos específicos del Ministerio de Salud, ni mucho menos código de barras, empezó a posicionarse.
Pero enfrentarse hombro a hombro con los grandes tiene sus riesgos y un día de tantos, en el extinto supermercado La Gran Vía, no sacaron la caja suya de la bodega y al llegar a cobrar le devolvieron las 50 cajetas llenas de un hongo lácteo.
Nace una idea
Para una empresa familiar, era un duro golpe al cual no podía exponerse de nuevo. “De esa desilusión yo dije: ‘pucha, tengo que hacer algo que dure más’ y me fui a los pasillos y me encontré en una cabecera turrones españoles”, contó Luis Diego.
Relató que notó que solo requieren de cinco ingredientes: azúcar, miel de abeja, clara de huevo, maní y glucosa, además que de carecían de preservantes, a pesar de lo cual tenían fecha de vencimiento de hasta un año posterior.
A partir de ese descubrimiento, nació en él una segunda idea arriesgada e innovadora, crear la primera marca de turrones en Costa Rica. “Dije, voy a hacer esta carajada; no sé cómo hacerlo, pero voy a hacerlo”.
No conocía la receta ni menos cómo ejecutarla en un proceso en serie, por lo que duró más de tres meses buscando la fórmula. Asegura que la encontró en la biblioteca de la Universidad de Costa Rica, estaba en el libro “Formoso, procesos y procedimientos industriales”. Allí venía la manera de hacer turrón y un método para producirlo en masa.
Sin embargo, ello implicaba maquinaria compleja y costosa. Sin prestar atención a eso, se concentró en intentar reproducir la “reacción de Maillard”, proceso mediante el cual resulta una pasta que no se descompone en el tiempo, mientras no se exponga a la humedad.
Con la batidora semiindustrial que había comprado unos meses antes, hizo el primer lote de turrones y los llevó nuevamente a los supermercados envueltos en papel celofán. El producto fue bien recibido, pero topó con un nuevo problema: solo se consumía en diciembre.
Luis Diego guardó la receta y esperó a fin de año, cuando llevó nuevamente su producto a potenciales compradores que lo recibieron ahora muy bien, ya que lo ofrecía a menos de la mitad del precio que el importado de España.
Fue así como, combinando alta calidad y precio cómodo, logró instalarse en las góndolas de los supermercados y en el gusto de los costarricenses.
Convertirse en empresa
Todo esto lo hizo en la informalidad, entre los 18 y 21 años. “Cobraba con la mano izquierda y vendía con la mano derecha”, rememora, sin embargo, no podía durar así para siempre y al cumplir 29 años quiso dar el salto para convertir su sueño en una empresa con todas las de la ley.
Fue así como alquiló una bodega en Desamparados en julio de 1987, hace ya 37 años, donde con solo otros dos colaboradores nació Turrones Doré, ahora por su cuenta, sin el apoyo del resto de su familia, pues sus hermanos menores habían ingresado a la universidad y su madre estaba ya mayor.
Para eso compró una máquina para hacer jalea que adaptó a los turrones y pasó de elaborar barras de 5 kg a unas de 45 kg, no obstante, él seguía siendo el distribuidor, el encargado de administrar la empresa, hacer el mercadeo, la distribución y mantenía otras 10 funciones.
A los siete años de haber establecido su empresa, se incorporó Alberto, uno de sus hermanos, quien se convirtió en su mano derecha y a la fecha es el gerente de Operaciones de la compañía.
Con los años el emprendimiento continuó creciendo, llegó a todo el país y se instaló en el gusto de las familias ticas, que incorporaron el gusto por los turrones de maní, macadamia y almendra a sus compras constantes, al punto que también se convierte en una tradición incluir los Doré en canastas navideñas. Es así como en 2005 las bodegas de Desamparados quedaron pequeñas y buscó financiamiento para construir su propia fábrica de 800 m2 en San Isidro de Heredia. Ahí colaboran, además de los dos hermanos y la hija de Luis Diego, quien se encarga de diseño y publicidad, otras 15 personas, algunas con más de 30 años en la compañía.
A pesar de ser una pequeña empresa, exporta a Nueva Jersey y otras partes de Estados Unidos, a Panamá, Guatemala, Belice y República Dominicana.
Cuando se le pregunta a Luis Diego adónde se ve a corto plazo, responde que quiere que su emprendimiento tenga unos 50 colaboradores, que puedan exportar más a Norteamérica, pero eso tampoco lo desvive y conoce el caso de otros que, por obsesionarse con exportar, han perdido el fruto de todo su trabajo.
Comenta que por ahora la situación está difícil debido al bajo precio del dólar, pero asegura que cuando suba a ¢550 o ¢600 podrán insistir con más fuerza.
“Seguiremos tratando. Mirá que no nos preocupa crecer demasiado rápido, tenemos 37 años de un crecimiento sostenido y con eso mantenemos a nuestras familias y seguimos soñando, pero sin forzar las cosas”, concluyó.
Alberto Soto
Gerente de Operaciones
“Un visionario como mi hermano dirigiendo esta nave es la que le permite no solo sostenerse, sino crecer y no perderse en el camino, eso es vital para cualquier emprendedor”.
Luis Diego Soto
Fundador de Turrones Doré
“He sido muy cabezón toda mi vida y, cuando se me mete una idea, jalo y voy para adelante. Tal vez ese defecto se convirtió en mi mayor virtud, porque trato de lograrlo a capa y espada”.