Tal como consta en el Génesis y de modo reiterado, todo lo creado “estaba bien” (1,10). En efecto, aún ahora y a pesar del pecado de origen (3,6), las cosas y las personas, de por sí, son buenas, luminosas, pero si sus ojos las contemplan a través de los descontentos, entonces le parecerían repulsivas e irritantes. El mal no está en ellas; está en usted, en su mente. En consecuencia, ninguna realidad causará repulsa si se mira por su lado positivo, es decir, desde Dios. Aspectos de nuestro físico “defectuoso”, tendencias interiores negativas, fracasos… Sí, pero ¡cómo nos sirven estos nuestros miembros, cuántas cualidades que sobresalen en nuestro modo de ser y de actuar, cuántos éxitos en nuestro haber! Algo semejante hay que ponderar en los demás, especialmente los más próximos: familiares, amigos, compañeros, vecinos. El Padre Larrañaga concluye: “Ahí te dejo, pues, esta llave de oro para entrar en el reino de la serenidad: descubrir el lado bueno de las cosas”.
Ahora bien, un rechazo mental, aplicado estratégicamente puede ayudar a vencer, parcial o totalmente, a ciertos enemigos como las enfermedades o las injusticias. De ahí que lo primero que hay que hacer ante lo que nos desagrada o disgusta es preguntarse: ¿puedo eliminarlo o neutralizarlo? Y manos a la obra, con paz, paciencia y esperanza, mientras se hace lo posible y se deja lo imposible. Sí, porque hay cosas problemáticas cuya solución no está en nuestras manos o, en sí mismas, son insolubles. “Son, observa el Padre Larrañaga, el sentido común y la experiencia también, son las llamadas situaciones límite, o hechos consumados, o simplemente un imposible”. Y se explica; “Y nos adelantamos a decir que, en una proporción mucho más elevada de lo que pudiéramos imaginar, somos impotencia. Lo que podemos lograr es poca cosa, la libertad está seriamente perjudicada y, en ciertas zonas, anulada. Queremos mucho, pero podemos poco. Quien sea capaz de aceptar esta precariedad humana sin pestañear, ya está a medio camino en la marcha hacia la liberación”.
Insiste, para no ser víctimas de la pereza y el poco esfuerzo, muy común entre los seres humanos: “Así pues, una vez enfrentado a situaciones dolorosas, debes preguntarte: ¿yo puedo modificar esto que tanto me molesta? Y ¿en qué medida? Si hay algo que hacer estás obligado, en la medida de tus posibilidades, a encender los motores y liberar el combate de la liberación”. Pero si no hay nada que hacer, si se trata claramente de un imposible, es una locura reaccionar en contra y peor con ira y desesperación. Conclusión: los imposibles dejarlos, y sobreviene la comprensión, la liberación, la paz, el bienestar en medio de todo.
Otro día retomamos el tema, Dios mediante.