Feliz Pascua de Resurrección, ¡Cristo ha resucitado y vive entre nosotros, Aleluya!
La Pascua, es la fiesta más importante del año litúrgico, en ella celebramos a Jesucristo que pasó de la muerte a la vida, misterio central de nuestra fe. La resurrección con su novedad y eficacia, da sentido a nuestra vida y, a la luz de esta verdad fundamental, comprendemos que Jesucristo, y solo Él, es realmente camino, verdad y vida.
La resurrección no es solamente un hecho histórico o una reminiscencia del pasado, antes bien, es la fuerza que marca nuestro presente.
El acontecimiento de la Resurrección de Cristo lleva a los discípulos a pasar del miedo, la frustración y el dolor, al gozo y la esperanza. Quienes se encerraban por temor, ahora se lanzan a “predicar el evangelio por todas partes” (Mc 16,15-20), incluso en medio de la dificultad, la privación y la persecución.
¡Cristo vive! y su Resurrección nos compromete más a fondo con la humanidad y con su historia, instaurando su Reino: “Un Reino eterno y universal; el reino de la verdad y de la vida, el reino de la santidad y de la gracia, el reino de la justicia, del amor y de la paz”. “…el reino de la verdad y de la vida, el reino de la santidad y de la gracia, el reino de la justicia, del amor y de la paz”. (Prefacio de la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo).
La buena noticia de la vida en Cristo debe, en primer lugar, resplandecer en nosotros los creyentes. Nos exige ser testigos entusiastas y valientes que puedan gritar que la resurrección de Cristo venció el pecado y la muerte con la fuerza del Amor de Dios y que ese mismo Resucitado nos acompaña en el camino de la vida.
“Seremos verdaderamente y hasta el fondo testigos de Jesús resucitado cuando dejemos trasparentar en nosotros el prodigio de su amor: cuando en nuestras palabras y, aún más, en nuestros gestos, en plena coherencia con el Evangelio, se pueda reconocer la voz y la mano del mismo Jesús.” (Benedicto XVI, 13 de abril del 2010).
Hoy, el Señor resucita en la lucha de todos para que al enfermo se le den los cuidados que su dignidad exige, y así no se sienta solo y abandonado. El Señor resucita cuando con generosidad nos acercamos a quien está hundido en la soledad. También, toda vez que se luche por dar respuesta efectiva al desempleo; siempre que se acoge e integre al migrante. De igual forma cuando se hace de la familia una autética iglesia doméstica, en la cual se enseñen y vivan los más altos valores cristianos y humanos. En fin, Cristo resucita en cada uno de nosotros y nos hace mensajeros de vida en tiempos de sufrimiento y muerte, ofreciendo a este mundo nuevos signos de esperanza, trabajando para que aumenten la justicia y la solidaridad.
*Arzobispo Metropolitano