Los trámites estatales, a través de mi vida, han provocado malestares, dolores y sí, ¿por qué negarlo?, hasta lágrimas de frustración he derramado. Frases como: “le faltó un timbre”, “este documento necesitaba otro sello”, “debe ir a otra institución a recoger equis, zeta o ye documento” entre muchos otros argumentos, se han sentido como dagas atravesando el corazón. Pero… ¿Existe alguna terminología para describir estas situaciones? No. Por eso he decidido acuñar el concepto “terrorismo institucional” para referirme a un conjunto de fenómenos muy conocido por muchos.
Según la RAE, el terrorismo se define como: “dominación por el terror”. A su vez, terror se entiende como: “un miedo intenso”. Y sí, en mi caso, trámite burocrático es sinónimo de terror. Habiendo aclarado lo anterior procederé a describir los mecanismos del terrorismo institucional:
1) Bomba tramitológica. “¿Qué es eso?”, pensará el lector. La bomba tramitológica es un coctel de trámites engorrosos cuyo efecto final es detonar en la psiquis del administrado acabando con su tranquilidad y mermando su anhelo por acabar el proceso. La constante exposición a las distintas bombas tramitológicas, similar al efecto de los experimentos de Martin Seligman en canes, condiciona al individuo a un inevitable pesimismo.
2) Odisea institucional. Este término describe cuando la persona solicita información de un trámite y lo envían a una determinada ventanilla. Habiendo realizado la fila, el encargado lo recibe con una frase más o menos así:
“Debe ir a otro departamento”, contesta la persona, y de inmediato se dibuja una sonrisa socarrona en su rostro.
Frustrado, triste, consumido por la ira de haber desperdiciado importantes minutos, uno regresa a la ventanilla de información a reclamar, pero… ¡Tranquilo! “De seguro no puso atención a las indicaciones”, le dicen.
Y sí, la culpa siempre será del contribuyente.
El temor a los acontecimientos descritos desemboca en lo que denomino “ansiedad por trámite burocrático”. ¿Cómo funciona esta forma de ansiedad? Previo a presentar los documentos, los sostengo en la mano y una seguidilla de ideas se repite incontables veces. “¿Faltará una fotocopia?”, me pregunto. “¿Compré todos los timbres?, ¿faltará otro?”, vuelvo a pensar. Reviso los papeles, camino de un lado a otro, consulto las indicaciones de nuevo y el temor toma posesión de mi ser. Sin haber abandonado la casa mi cuerpo es abrazado por la derrota. Trato de obviar el malestar, pero… Demasiado tarde, experimento un vacío en el estómago. Mastico chicle, como uñas o hago cualquier otra cosa añorando… ¿Añorar es la palabra correcta? ¡No, disculpen! Suplico. Sí, yo le suplico al cosmos, al universo infinito, el no escuchar la temida frase: “le faltó algo” o “se equivocó de sitio”. Y es así como el terrorismo institucional induce al temor provocando una dominación total sobre mi persona. ¿Les pasa lo mismo?