José León Sánchez (1928) es un escritor e investigador incansable. Su obra literaria y cultural es densa e intensa. Tenochtitlan (México, 1986: 412). Su contexto histórico, social, político, religioso, étnico y demás, se ubica hace 500 años, por tal razón, indaga, arqueológicamente, para acercar el destino de los tenochas.
La conquista, en cualquier lugar, genera expectativas, dudas, tropelías. Nuestro continente no ha estado exento de arrasamientos, venganzas, luchas intestinas, dominación, explotación, genocidio étnico, vergüenza. Solo si nos despojamos de miedos podremos ver más allá de la oscuridad; en la luz de los puñales ardiendo, de las lanzas encendidas.
Los estamentos sociales se entrecruzan: el azteca y el conquistador. Se muestra toda la gama de recursos guerreros. La astucia o la ignorancia. El cuerpo de elementos-dioses: agua, aire, fuego, tierra. Los dioses e hijos de los dioses defendieron, muchísimo, a Tenochtitlan, pero también, se asiste al día de su caída en 1521. La simbología azteca es altamente variada y rica en historias. Los dioses blancos, cambiaron mucho el comportamiento étnico-social, pues el invasor dispuso y, además, impuso.
La crítica del narrador es directa, “era casi un enano, un pedazo de hombre” (p.31). La vestimenta castellana mostraba poder “Hombres de guerra, porque miraban a todos lados como en espera de un ataque” (p.30).
En la novela se habla del Tonalamatl, el Libro de la Sabiduría: “El libro contenía las trece divinidades, los animales, los veinte signos del año y la historia de los Nueve Señores de la Noche, que son los mundos que giran alrededor del sol, uno de los cuales es el de nosotros” (p. 46).
En otro orden, se retrata tal cual es, al conquistador Hernán Cortés, dueño de la Medellín, su nave. La obra denuncia la condición de esclavitud a la que fueron sometidos los aztecas. El pronunciado desprecio de Cortés hacia los pobladores de estas tierras, basta con leer los conceptos que le merecían los indios.
Los valores exógenos se convirtieron en un duro aprendizaje para nuestros antepasados. La intensa crueldad del expansionismo, se refleja en la actitud posesoria de Cortés (p. 53).
La degeneración sentimental es otra fase oculta de la luna: prostitución, la ignominia de la horca. Asimismo, enanos son quienes ordenan la quema de libros, como puede leerse esa degradación, alrededor del lago de Texcoco (p. 82).
Los símiles ocupan un lugar clave. La obra increpa, reflexiona sobre la derrota de la guerra, la trata de personas. Las descripciones son precisas, sostenidas. Crean el suspenso, acrecentándolo con la firmeza de las enumeraciones, árboles genealógicos, replanteamientos, pasajes dantescos como la cortadura de manos, en fin, las situaciones límite se localizan llenas de expresividad y espanto.
Los doscientos mil hogares de México son sorprendidos con el ingreso del ejército invasor. El vasallaje destruyó los valores autóctonos.
“Ante el señor Cuauhtémoc, miles de guerreros pusieron una rodilla en tierra, con su mano tocaron la misma tierra, la elevaron, la besaron suavemente y lanzaron un grito. -¿CAMPA UEEEEEEEE!!!! ¡CAMPA UE UE, CAMPA UEEEEEEEEEEE!!!
La participación de las mujeres es hermosa en las tropas indias. Matla, la sacerdotisa guerrera se presenta con gran calidad humana, con enorme valentía, pero con un final de tragedia griega (p. 398): con la cabeza rapada, sin un ojo y sin los dedos de la mano derecha, vendida en una subasta degradante.
En la novela aparecen referencias a las venéreas, piojos, esclavos, venta humana, la explotación comunera, los rituales, el vencimiento, pero siempre con esperanza: “Cada vez que un guerrero muera, en ese instante resucitará la libertad y la eternidad de nuestros dioses” (p. 325).
La actitud final de Cuauhtémoc es una lección. No dijo dónde estaba el oro. La destrucción de Tenochtitlan fue increíble: rompimiento de diques, fuga de agua, sequía, falta de alimentos, muertes, violaciones, vejaciones, costumbres raras: oler caca con un pañuelo blanco. La naturaleza juega su propia distancia.
Al final, la esperanza es superior al materialismo: “Mientras un grano de maíz pueda germinar sobre la tierra extensa del Anáhuac, México Tenochtitlan nunca, nunca, nunca… ha de morir” (p. 379).
En síntesis, Tenochtitlan, de José León Sánchez, es una novela archivo, gama de experiencia investigativa intensa, manejos de las técnicas narrativas y gran capacidad creadora. Genera opinión, porque sus páginas trasudan vitalidad, honradez y perspectiva para apostar por los vencidos con gran valentía narrativa.
*Premio Nacional de Promoción y Difusión Cultural