Cuando uno padece algún mal, hace daño ahora y aquí. Y es ahora cuando no se halla salida al mal. ¿Qué hacer? En la fe está la verdadera consolación ahora y siempre, en todas partes y cualesquiera que sean las situaciones. Ahora bien, la fe no ofrece una solución inmediata y total al sufrimiento, de la índole que sea. No obstante, y como lo observa Anselm Grün, “si tengo fe no me siento abandonado en mi angustia. Confío en que Dios está cerca de mí”. Y esto, aunque no lo sienta, pues se trata, no de sentir sino de saber, de vivir. Advierto esto porque es común que la gente se queje de que no siente esa presencia y que, más bien, Dios deja solo al que sufre. En ese trance, hay que aceptar hasta eso mismo para hallar un apoyo. A imitación de Jesús en la cruz, si se tiene fe cristiana, experimentar, en medio de la soledad y el abandono, que hay un Dios que, si bien permite el mal, está conmigo y me envuelve en su amor.
La esperanza también es causa de consuelo. Note que la esperanza está relacionada con el tiempo en el sentido de que es un impulso a superar el presente y, aunque sin negarlo, alcanzar un futuro que confiamos será mejor. El filósofo Gabriel Marcel escribe: “Espero que en mí cambie algo y espero ser capaz de afrontar el sufrimiento”. Refiriéndose concretamente al duelo del otro, añade: “Y espero que tu duelo se transforme y que puedas entrar en contacto con la fuerza que hay en ti”.
La esperanza, en efecto, sabe esperar; es decir, tiene paciencia. Y, hablando de los demás, siempre habrá a nuestro lado personas a las que les va mal por un motivo o por otro, igual que nos puede pasar en cualquier momento o lugar a nosotros. La esperanza consiste en que confiemos que somos capaces, con la ayuda del Todopoderoso, de superar la crisis, aunque hayamos de esforzarnos con paciencia. San Pablo, en efecto, asocia a la esperanza con la paciencia: “Pero si esperamos lo que no vemos, aguardamos con paciencia” (Romanos 8,25). Sí, se espera lo que no se ve. Aunque no vea ya en mí o en el otro el cambio, espero en la fe, en la salvación, en la fuerza interior que hay en mí en Dios a quien no veo pero que, no obstante, está tan cerca de mí y de todos, especialmente de los que más necesitan de él. Anselm Grün lo sintetiza así: “Esperar significa fiarse de lo que no se ve y confiar en que llegue a ser más fuerte que aquello que atrae ahora mi mirada”.
Por su parte, la poetisa Hilde Domin escribe: “Pero el deseo de justicia no elimina la esperanza”. Al revés, la esperanza hay que mantenerla a toda costa, fruto de la fe. Tener fe es, efectivamente, esperar.
Así, pues, a esperar y hacerlo con confianza. Los tiempos de Dios no son siempre ni necesariamente los nuestros, y hemos de ajustarnos a ellos esperando pacientemente, lo que nos dará paz y fuerza.