“La violencia es el miedo a los ideales de los demás”. Mahatma Gandhi
Los costarricenses nos mostramos asombrados por los episodios de violencia que se generan en otros países no muy lejanos al nuestro. Principalmente lo que sucede a diario en Centroamérica, catalogada como la región más peligrosa del mundo.
A veces la pobreza, la discriminación y la desigualdad de otros países que nos rodean nos acongoja más que la propia, pero no se trata de un espejismo, todos vamos en la misma ruta, aunque en tiempos distintos; y, claro, es urgente hacer cambios.
También vemos las noticias que circulan de las manifestaciones con resultados de muerte en Venezuela, hablamos de la gran cantidad de homicidios que se reportan en El Salvador, nuestro hermano centroamericano, del que nos separa un vuelo en avión de hora y media a lo mucho.
Nos espanta la guerra frontal que Guatemala y Honduras tienen contra el narcotráfico y las miles de personas que fallecen producto del crimen organizado.
Ni qué decir de los asesinatos y secuestros de periodistas que han proliferado hasta alcanzar cifras históricas, durante el 2017 en Latinoamérica, un total de 47 comunicadores, fotógrafos, camarógrafos y locutores fueron las víctimas de las oleadas de violencia que azotan la región.
En la rutina diaria poco nos ponemos a meditar lo que implica vivir en la zona más violenta, y hasta podríamos dudar de que eso realmente sea cierto, pero las estadísticas no engañan y menos las historias de vida de quienes llegan a esta tierra huyendo del peligro.
Hace tan solo 4 días la organización Amnistía Internacional presentó el último informe de derechos humanos 2017-2018 con revelaciones que ponen los pelos de punta y nos llevan a repensar qué queremos como nación, qué sumamos como ciudadanos al metro cuadrado en que nos toca vivir, cómo hacemos frente a la escalada de violencia que nos arrodilla.
El informe es contundente y para quienes vivimos en este continente, principalmente en la región central, resulta indignante, doloroso y abrumador.
El encabezado del apartado América cita: “La discriminación y la desigualdad seguían siendo la norma en todo el continente. La región seguía sufriendo los estragos causados por los altos niveles de violencia, con oleadas de homicidios, desapariciones forzadas y detenciones arbitrarias.
Los defensores y defensoras de los derechos humanos padecían niveles de violencia cada vez más altos. La impunidad seguía siendo generalizada y las políticas de demonización y división se intensificaron (…) Un elevadísimo número de personas en toda la región afronta una crisis de derechos humanos cada vez más grave, alimentada por el retroceso de los derechos humanos en la legislación, las políticas y las prácticas, y por el uso creciente de una política de demonización y división”.
El documento que evalúa a más de 159 naciones del orbe explica cómo muchos gobiernos recurren a tácticas represivas, un uso indebido de las fuerzas de seguridad y los sistemas de justicia para silenciar la disidencia y las críticas, permitían que quedara impune el uso generalizado de la tortura y otros maltratos.
Aduce que gobiernan en desigualdad, pobreza y discriminación “descontroladas sostenidas por la corrupción y por las carencias en materia de rendición de cuentas y justicia”.
Y cuando vemos esas afirmaciones es irremediable pensar que son ciertas, que la violencia en todos los extremos, sociales, económicos y políticos, no se detiene; por el contrario, se transforma, transgrediendo a miles de millones de habitantes, en su mayoría mujeres, niños y niñas y personas adultas mayores.
Y si creímos que la violencia de la que hablamos se limita al narcotráfico, los homicidios por ajuste de cuentas o los crímenes de comunicadores, estamos equivocados: la región centroamericana sucumbe ante la discriminación con las poblaciones indígenas y la comunidad LGTBI, pero también muestra que las mujeres siguen siendo el blanco de agresiones recurrentes de carácter sexual, patrimonial físico y psicológico, que los avances hacia la igualdad de género dejan mucho que desear.
La falta de oportunidades tan profunda en el área lleva también a la proliferación de la delincuencia común, esa que nos impacta directamente, que llega a nuestras casas, que ocurre en nuestros barrios o lugares de trabajo.
“La violencia en toda la región se veía con frecuencia alimentada por la proliferación de armas pequeñas ilegales y por el crecimiento de la delincuencia común organizada”.
Esta afirmación es tan grave, pues muestra el fallo de los Estados para con sus representados, como lo mencionó el experto Marcelo Solano, jefe de la Policía Municipal costarricense, al extremo de vulnerarlos, desprotegerlos y casi que arrojarlos a oportunidades ilegítimas, pero de sobrevivencia, que no se justifican en ningún extremo, pero son reales en nuestros países.
No seamos meros espectadores de lo que ocurre en Centroamérica, no volteemos la mirada a lo que sucede en América, aunque de pronto lo sentimos tan lejos, meditemos que todo ocurre a nuestro alrededor y ya nos impacta, nos afecta.
No pensemos que Costa Rica sigue siendo la Suiza del área pero tampoco dejemos de luchar por la igualdad y la prosperidad, por la tolerancia y los derechos humanos de todos por igual.
No somos ajenos a esa violencia que aun cuando mucho trasciende nuestras fronteras, está acechándonos sin piedad.
No guardemos silencio ante las violaciones de derechos humanos pues todos somos vulnerables al ejercicio del poder desmedido.
Para reflexionar: “Primero vinieron a buscar a los socialistas, y yo no dije nada, porque yo no era un socialista. Luego vinieron para los sindicalistas, y yo no dije nada, porque yo no era un sindicalista. Luego vinieron a buscar a los judíos, y yo no dije nada, porque yo no era judío. Luego vinieron a buscarme, y no quedó nadie para hablar por mí\”. Pastor luterano alemán Martin Niemöller (1892-1984).