Desde hace unos años se ha venido popularizando el hecho de sustituir el término trabajadores o empleados por colaboradores.
En lo personal desde que estaba en la universidad la palabra predilecta ha sido colaborador, misma que resuena con lo que realmente se busca en un equipo: ir juntos tras una meta y generar sinergias a partir de nuestras fortalezas.
Como referencia, por si están pensando en “googlear” como yo lo hice, la palabra “colaborador” está formada con raíces latinas y significa “el que trabaja junto con otros para lograr una meta común”.
Esta tendencia corporativa-institucional, que en teoría se ha establecido como una evolución en la forma de entender al equipo de trabajo, la organización y las relaciones laborales; ha hecho que ofertas de plazas vacantes, materiales de comunicación internos y externos, discursos y presentaciones utilicen frecuentemente esta denominación.
Claro está que hay una gran diferencia entre utilizar la palabra y realmente vivirla. Sí, ahí está el truco y en nuestro caso es más complejo de lo que parece: cómo motivar a vivir la palabra “colaborar” en 1.100 personas de diferentes nacionalidades, profesiones y distintas generaciones.
Y más allá de “romantizar” la relación organización-equipo con juegos de palabras, o quedarnos en la teoría, debemos concentrarnos en propiciar estrategias y acciones sistemáticas, de tal forma que un trabajador se “convierta orgánicamente” en colaborador al desenvolverse en un lugar que propicie estas acciones, que entrega valor, pertenencia y reúne las condiciones necesarias para su crecimiento.
Para nosotros ha implicado reestructurar la razón de ser de la empresa, destacando la vivencia de valores en los que prima el respeto, la comunicación, la pasión y la felicidad. Asimismo, modificar el organigrama tradicional para pasar a una estructura circular, de tal forma que ahora se incorpora cuatro ejes fundamentales: los colaboradores, los valores, la tecnología y los clientes.
También se han replanteado las operaciones, que ahora van más centradas en experiencia del usuario, los datos y la optimización en el otorgamiento de créditos y la gestión de cobranza. Estamos viviendo un proceso de transformación, y estos procesos duelen y cuestan. Por un lado, rompen viejas prácticas que en algunas ocasiones no están alineadas con los intereses que hoy la organización persigue. Y por otro, se fortalecen rituales que van consolidando la cultura organizacional.
Confiamos en que la calidad humana de nuestro equipo de colaboradores impacte positivamente a nuestros clientes y su experiencia con la organización. Bien lo decía Maxwell: “Si queremos que el mundo sea un lugar mejor, necesitamos convertirnos en mejores personas. Necesitamos ser el cambio que deseamos ver. Podemos lograrlo si empezamos a ser intencionales respecto a nuestro propio crecimiento. Cuando lo hacemos, nos colocamos en una posición desde la que podemos agregar valor a los demás porque tenemos algo que ofrecerles”.
Nuestro propósito es que se perciba el gran valor que otorgamos a nuestro talento humano y propiciar un ambiente de bienestar en el que exista un liderazgo genuino que no debe ser forzado ni exigido, sino que más bien sea desarrollado basado en los talentos que cada colaborador posee, más las herramientas y oportunidades que la organización ofrece.
Ninguna organización es igual de atractiva para todos sus colaboradores, de la misma manera que no todas las personas calzamos en cualquier organización.
Analicemos si las cualidades profesionales que hoy tenemos nos hacen un colaborador o un empleado, o incluso si la organización en la que estamos promueve una cultura que nos potencia como colaboradores o más bien nos lleva a ser empleados.
Sean los resultados que sean, ojalá podamos trabajar en lo que nos apasiona, eso hará que no se sienta como trabajo y fluyamos mejor como colaboradores tras esa meta común.
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