Editorial
El 1° de diciembre Costa Rica conmemora un hito que marcó su historia y sentó las bases de su desarrollo: la abolición del ejército en 1948.
Esta decisión visionaria, liderada por José Figueres Ferrer, no solo suprimió una institución militar, sino que también definió la identidad pacifista de la nación y permitió la construcción de un Estado enfocado en la educación, la salud y el bienestar social.
Al convertir los cuarteles en escuelas y cambiar las armas por lápices y cuadernos, el país abrió un camino diferente al de muchos otros de la región, que han visto sus recursos drenados por conflictos armados y presupuestos militares desproporcionados.
Gracias a esta decisión, se logró destinar más presupuesto para promover la alfabetización, expandir la cobertura de centros educativos y mejorar la calidad en el aula. Este modelo ha sido clave para posicionar a Costa Rica como un referente en América Latina.
Sin embargo, esta conmemoración también es una oportunidad para reflexionar sobre los desafíos que se enfrentan en la actualidad. El legado de la abolición del ejército nos llama a seguir apostando por la paz y el progreso, pero también nos invita a cuestionarnos cómo podemos fortalecer esos pilares en un contexto de creciente polarización política y social.
Costa Rica ha sido reconocida mundialmente como una democracia consolidada y un oasis de estabilidad en una región a menudo convulsa. No obstante, los niveles de violencia y criminalidad han aumentado, además, las divisiones ideológicas amenazan con debilitar los valores democráticos que han sostenido al país.
Es vital que, así como en 1948 se tomó la valiente decisión de abolir el ejército para priorizar la educación y la paz, hoy se adopten medidas que promuevan la unidad, el respeto y el diálogo como herramientas para resolver nuestras diferencias.
La educación sigue siendo la mejor arma para combatir las desigualdades y construir una sociedad más justa y equitativa, pero en los últimos años se han evidenciado retos en el sistema educativo, como la deserción escolar, la brecha digital y la necesidad de actualizar los programas académicos para responder a las demandas del siglo XXI. Si queremos honrar el espíritu de la abolición del ejército, debemos redoblar esfuerzos para garantizar que todos los niños y jóvenes tengan acceso a una educación de calidad que los prepare para enfrentar los desafíos de un mundo cambiante.
Asimismo, la decisión de abolir el ejército nos recuerda la importancia de invertir en salud y bienestar social. Los recursos que se redirigieron de los gastos militares a la construcción de hospitales y clínicas han permitido a Costa Rica alcanzar logros significativos en indicadores como la esperanza de vida y la cobertura de servicios de salud. Sin embargo, estos avances no deben darse por sentados.
La pandemia de covid-19 mostró las debilidades del sistema de salud y la necesidad de invertir más en infraestructura, personal y tecnología para garantizar que nadie quede atrás.
Celebremos con orgullo la decisión que nos convirtió en una nación sin ejército, pero también recordemos que la paz no es un estado permanente, sino un esfuerzo constante.
Sigamos construyendo una sociedad donde el diálogo prevalezca sobre el conflicto, donde las diferencias se resuelvan con respeto y donde las armas sean reemplazadas por herramientas de conocimiento y entendimiento.
Reforcemos los valores que nos han hecho un ejemplo para el mundo y continuemos demostrando que la paz y el desarrollo no solo son compatibles, sino también interdependientes.