La alternancia en el poder es uno de los pilares de la democracia. No se trata simplemente de un relevo mecánico de nombres, sino de un ejercicio sano que permite la oxigenación de las instituciones, el fortalecimiento del debate y la regeneración de la confianza ciudadana en los gobernantes.
Por ello, resulta preocupante que, una vez más, el nombre de Rodrigo Arias surja como opción para repetir en la Presidencia del Congreso, cuando su continuidad representa más un obstáculo que una solución.
Arias ha insistido en su discurso sobre la importancia del diálogo y la construcción de puentes entre los diferentes sectores políticos, sin embargo, perpetuarse en el cargo va en contra de esos principios. Que varíe la máxima jefatura de la Asamblea no solo es una práctica democrática, sino una necesidad ante la evidente fractura entre el Legislativo y el Ejecutivo.
Su relación con el Gobierno de Rodrigo Chaves está rota y eso perjudica la posibilidad de consensos y acuerdos que beneficien al país. Mantenerlo en el cargo no hará más que profundizar el estancamiento y la falta de comunicación entre los Poderes del Estado.
El presidente Chaves no se equivoca al señalar este problema. No resulta sostenible para Costa Rica mantener una Asamblea Legislativa que gire en torno a un solo liderazgo cuando hay otras voces, otras visiones y, sobre todo, la posibilidad de que una mujer asuma el reto con altura y compromiso.
La historia legislativa del país ha demostrado que el bipartidismo cerró puertas y acalló voces por décadas.
Hoy se debe evitar caer en los mismos errores del pasado y reconocer que la democracia necesita más que nombres conocidos: requiere pluralidad, equilibrio y voluntad de cambio.
Es innegable que dirigir el Primer Poder de la República requiere de capacidades políticas, de liderazgo, pero también de un esfuerzo físico que Arias no ha demostrado en los últimos meses.
Su ausencia en momentos clave ha hecho que el peso de la Presidencia recaiga en la Primera Vicepresidencia, lo cual debe ser la excepción y no la regla. No puede permitirse un liderazgo intermitente, pues la conducción de esta instancia requiere atención constante y una presencia activa en la toma de decisiones.
Si el desempeño de un cargo público se ve afectado por la falta de energía o disposición, es justo preguntarse si se está anteponiendo el bienestar del país o simplemente la gula de poder.
Además, vale recordar que la rotación en estos espacios se torna vital para fortalecer la participación interna en el Congreso.
La permanencia de una misma figura en el cargo impide que nuevos liderazgos surjan y que las fracciones legislativas logren renovar sus lazos y construir nuevos acuerdos.
La Asamblea no debe convertirse en un club exclusivo donde solo algunos tienen acceso a la toma de decisiones. Abrir el camino a otras voces es una forma de demostrar que la política no se trata de imposiciones, sino de un ejercicio colectivo en beneficio de toda la sociedad.
Cuesta de Moras no puede seguir siendo un espacio donde las ambiciones personales superen el compromiso con la ciudadanía. La madurez democrática del país debe reflejarse en la capacidad de sus líderes de dar un paso al costado cuando su ciclo se ha cumplido.
El llamado es claro: no se trata de nombres, sino de principios. Debe abrirse espacio a nuevos liderazgos que prioricen los intereses colectivos sobre los personales. La alternancia no es un capricho, sino una garantía democrática.
Si queremos avanzar como nación, debemos dejar atrás las viejas estructuras del poder anquilosado y apostar por un parlamento dinámico, capaz y, sobre todo, comprometido con el bienestar del país.
En un momento en el que la ciudadanía exige transparencia, renovación y acción, la Asamblea tiene la responsabilidad de demostrar que está a la altura del reto. Se requiere voluntad política, pero, sobre todo, un sentido de responsabilidad.