Hombres y mujeres en situación de discapacidad física han encontrado alegría y compasión gracias a la ayuda de trabajadoras sexuales. El oficio más viejo del mundo cobra así una dimensión ajena al hedonismo sexual que las mentes puritanas no dejan de condenar para prestar, en cambio, un servicio valioso para muchas personas, a veces por primera vez.
INGLATERRA (SEP).- Contratar los servicios de una “acompañante” puede ser la única oportunidad para que personas con discapacidad tengan un contacto de tipo no-médico, y en ocasiones para que pierdan su virginidad.
Supongamos que eres un hombre o una mujer con algún tipo de parálisis cerebral, pero con órganos genitales funcionales. Requieres ayuda para ir al baño, para vestirte, para comer. Puede que hayas desarrollado la fuerza de carácter suficiente como para entrenarte y realizar por ti mismo muchas labores fundamentales.
Hombres y mujeres en situación de discapacidad física han encontrado alegría y compasión gracias a la ayuda de trabajadoras sexuales. El oficio más viejo del mundo cobra así una dimensión ajena al hedonismo sexual que las mentes puritanas no dejan de condenar para prestar, en cambio, un servicio valioso para muchas personas, a veces por primera vez.
Tuppy Owens es una terapeuta sexual que ha ayudado a decenas de personas discapacitadas a disfrutar de su cuerpo, en ocasiones por primera vez en sus vidas. Es fundadora de una línea de asesoría sexual y creadora de un sitio web (TLC), que desde el año 2000 ayuda a las personas con discapacidad y sus familias a encontrar trabajadoras sexuales responsables que puedan hacer realidad las fantasías por tanto tiempo postergadas.
PRIMER CONTACTO
Al menos en Inglaterra este fenómeno está cobrando relevancia, afirma Owens. El documental Can Have Sex Will Have Sex, por ejemplo, explora la vida sexual de cuatro personas con discapacidad, uno de los cuales pierde su virginidad con una trabajadora sexual contratada por su madre. En el caso de hombres, comenta Owens, muchas veces son las madres (más que los padres) quienes establecen el primer contacto con una “acompañante” para sus hijos, como en el caso de un hombre de 38 años que perdió su virginidad en su cumpleaños. La mujer incluso llevó un pastel.
”Si una personas con discapacidad pierde su virginidad con una trabajadora sexual de modo que le enseñe sobre su cuerpo y sobre cómo satisfacer a una pareja, puede prepararlos para volverse individuos con confianza en sí mismo, preparados y con habilidades sexuales que puedan encontrar una pareja después”, dice Owens.
En el caso de mujeres con discapacidad parece haber algo de diferencia. Los tabúes sobre la contratación de sexoservidoras, si bien se agrieta un poco en el caso de los hombres, en el de las mujeres sigue encontrando resistencias. Según la terapeuta, las mujeres con discapacidad que ella ha conocido estarían dispuestas a pagar a un hombre para que las trate “con el lujo del placer”. Pero ellas no se lo piden a sus madres o sus padres: en caso que se decidan, curiosamente prefieren el cuidado de una sexoservidora femenina.
TRATARLOS COMO SER HUMANO
Y es que las trabajadoras sexuales profesionales están capacitadas y preparadas para dar placer y mostrar las maravillas del cuerpo humano. En conjunto con una familia lo suficientemente consciente como para dejar de tratar a su paciente con discapacidad precisamente como “paciente” y empezar a tratarlo como ser humano, las sexoservidoras pueden ser una ayuda inmejorable y en ocasiones la única oportunidad para que los discapacitados gocen de su cuerpo.
La película The Sessions, protagonizada por Helen Hunt, ha comenzado a generar olas de conciencia, preguntas y destape de tabúes con respecto a esta particular situación, además de poner en perspectiva las transacciones sexuales y la prostitución, quitándoles el tabú del mero intercambio económico e integrándolas a un contacto de orden casi espiritual. Este contacto es, para muchas personas, el primer tacto no-médico que tienen con un ser humano fuera de su familia.
Nuestra sociedad –superficial, consumista, desechable– nos enseña que el sexo y el disfrute que proviene de él son exclusivos de la juventud, de los cuerpos “bellos”, sea como sea que los definamos, y que hay todo un espectro de la población que es asexual por unanimidad en el imaginario: este espectro podría abarcar a los ancianos tanto como a las personas con discapacidad –gente que por una enfermedad, accidente o condición de nacimiento se ha visto privada de uno de las experiencias fundamentales del ser humano.