Con el inspirador lema “Peregrinos de esperanza”, nos preparamos para celebrar el Jubileo 2025, que se extenderá desde el 24 de diciembre de 2024 hasta el 14 de diciembre de 2025. Esta convocatoria nos invita a meditar en nuestra realidad como Iglesia peregrina, en constante búsqueda del rostro de Dios y nos exhorta a reencontrar el propósito de nuestro camino espiritual. El Jubileo nos anima a ser dóciles al Espíritu para rejuvenecer nuestro ser, tanto en lo personal como en lo colectivo.
Peregrinar va más allá de simplemente trasladarse; representa siempre una oportunidad para renovar nuestra vida.
En el libro del Génesis, Abraham es llamado por Dios para dejar su tierra y su parentela y dirigirse hacia la tierra que Dios le mostrará (Génesis 12,1). Este llamado marca el inicio de un viaje de fe hacia una tierra prometida que aún no conoce.
Después de la liberación de la esclavitud en Egipto, el pueblo de Israel experimenta una peregrinación física y espiritual a lo largo del desierto hacia la tierra de Canaán, la tierra prometida por Dios a Abraham. Durante este viaje de cuarenta años, Israel enfrenta desafíos, incluyendo la tentación de la idolatría, la falta de fe y la rebelión. Sin embargo, también experimenta la provisión milagrosa de Dios, como el maná y el agua de la roca, y la presencia divina en la columna de nube y fuego.
La vida terrena de Jesús puede entenderse también como una peregrinación. Desde su nacimiento en Belén hasta su muerte en la cruz, Jesús camina entre los hombres como el Hijo de Dios encarnado, trayendo la luz y la verdad al mundo. Su vida está marcada por viajes y desplazamientos constantes mientras proclama el Evangelio del Reino, sana a los enfermos, libera a los oprimidos y enseña acerca del amor y la misericordia de Dios. Su resurrección y ascensión representan la victoria sobre el pecado y la muerte, regalándonos la esperanza de la vida eterna junto a Dios.
La Iglesia, en su peregrinar, no transita sola y sin dirección. No es una carrera individual, sino que caminamos como comunidad eclesial y es esta unión la que fortalece nuestros lazos. Juntos, experimentamos las alegrías y superamos los obstáculos del camino, ofreciéndonos apoyo mutuo y cultivando la unidad. La experiencia de peregrinar en comunidad nos enseña a ver la Iglesia no como una organización, sino como una gran familia de fe.
Ser peregrinos de la esperanza significa ser portadores del amor y la compasión de Dios en un mundo que a menudo se ve sumido en la desesperación y el desánimo. Hoy más que nunca, hemos de sentirnos llamados a ser signo de esperanza.
Que cada paso que demos sea un testimonio vivo de nuestro anhelo de crecer en nuestra comunión con Dios y de irradiar su luz a todos los que nos rodean.