Me permito compartir sin ser un especialista, el tema de uno de los más grandes flagelos de la humanidad del cual no escapa Costa Rica; el alcoholismo.
Aunque es una temática antiquísima, en nuestro país no se le aborda como tal. Mi único atestado para dicho asunto es la experiencia vivida y rendir un agradecimiento a mi poder Superior Jesucristo.
Según la O.M.S. el alcoholismo es una enfermedad que se manifiesta principalmente por un deseo incontrolable por parte de la víctima de ingerir bebidas alcohólicas. Aquí estamos hablando de una poderosa obsesión de la mente, a través de la cual el alcohólico crónico hace lo que sea por tomarse un trago.
El modelo de síntomas que identifica al alcohólico es mayormente aquel que afecta sus patrones conductuales, provocado por motivos y reacciones psicológicas y fisiológicas y por ende, también vienen los síntomas familiares y los de carácter espiritual, entre otros.
Los que hemos sufrido esta tortura tenemos que creer que el cuerpo del alcohólico es tan anormal como su mente. A este síndrome a la adicción al alcohol, le sigue toda una destrucción al núcleo familiar y demás agentes socializadores.
Para cualquier actividad social, estas personas todo lo relacionan con el licor y supuestamente no tienen problema alguno. Para un bautizo: unos traguitos después; para una boda ni hablar, viene el brindis y debe ser con algo de licor. Un ascenso, un viaje y claro, los bailes no tienen sentido si no están las frías o las birras como lo estipula esta cultura al guaro.
Para estas festividades ticas y dentro del derecho de cada quien, gozamos con el apoyo del gobierno, gracias a la creación de la Fábrica Nacional de Licores, cuyo nacimiento se dio el 2 de setiembre de 1850, mediante decreto ejecutivo #99 y por iniciativa del entonces presidente de la República don Juan Rafael Mora Porras.
Bajo dicha iniciativa se dispuso concentrar y colocar en manos del Estado, la destilación de alcohol etílico y la producción de bebidas alcohólicas para consumo nacional con carácter de monopolio estatal.
Sin embargo, y lo manifiesto con mucho respeto, para esa época había mucha ignorancia, ya que el gobierno pretendía según ellos, defender a la población de la ingesta de bebidas perniciosas o el trasiego ilegal de lo que hoy se llama el “guaro de contrabando”.
Para ese entonces, el gobierno necesita el control absoluto sobre dicha actividad y la recaudación de dinero por la venta del mismo, y no tuvieron la previsión para evitar lo que hoy día sucede en los hogares y la alta incidencia de asesinatos, violaciones y los terribles accidentes en nuestras carreteras, en donde juega un papal tenebroso el guaro estatal y el que viene de otros lados.
Como lo indiqué anteriormente, hay algunos que pueden alimentar su felicidad con el trago, pero hay otros hombres y mujeres, para los cuales hacer contacto con cualquier bebida espirituosa es firmar una sentencia de muerte. En mi caso personal, necesitaría escribir un libro para decir lo que yo perdí en el pasado por causa de la bebida. Lo único que puedo compartir aquí es que para mí no había Dios, religión, moral ni familia.
Como lo dije por este medio en otro artículo, el alcohol se convirtió en mi peor enemigo y a pesar de su venta legalizada no puedo culpar a nadie, ya que después comprendí que yo era el único culpable de mis actos, porque nadie me obligó a refugiarme en este veneno mortal llamado guaro. Mis trastornos emocionales me llevaron a escapar en el licor, para tratar de suicidarme gradualmente. Por ser hoy un exalcohólico, gracias a Dios y a Alcohólicos Anónimos, lo digo enfáticamente y a título personal, en Costa Rica urge una clínica especializada con médicos de muy buena voluntad sobre la enfermedad del alcoholismo. Tenemos hogares Salvando al Alcohólico, tenemos al I.A.F.A., pero no se ataca el problema en su integridad, ya que esta enfermedad es tridimensional. El alcohólico necesita ser liberado de su anhelo imperioso por el alcohol y esto requiere con frecuencia un procedimiento definido de hospitalización para poder obtener el máximo beneficio de las medidas psicológicas.
Creo y así lo presento, que la acción del alcohol en estos enfermos crónicos es la manifestación de una alergia; que lo condena a morir, pero que el fenómeno del deseo imperioso solo se presenta en esta clase y nunca en la de los bebedores moderados comunes.
El estímulo emocional de un consejo bien intencionado, raramente les basta. Sus ideales tienen que cimentarse en un poder superior a ellos mismos, si es que han de rehacer sus vidas.
Si alguien cree que yo soy algo sentimental, lo invito a la línea de fuego.