El tiempo cuaresmal nos compromete a seguir a Jesús en acciones concretas de amor y servicio hacia los hermanos. Así, la Cuaresma no es solo un tiempo de reflexión, sino también un llamado a la acción, para vivir plenamente la misericordia humana.
“Jesús afirma que la misericordia no es solo el obrar del Padre, sino que ella se convierte en el criterio para saber quiénes son realmente sus verdaderos hijos. Así entonces, estamos llamados a vivir de misericordia, porque a nosotros en primer lugar se nos ha aplicado misericordia” (Papa Francisco, Misericordiae Vultus, n.9).
Con actitudes puntuales que nos lleven a desarrollar un corazón compasivo y amoroso, el mismo Jesús nos enseña a cultivar esa misericordia entrañable: “Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará” (Lucas 6,36).
Él se pone en el lugar de los demás, comprende sus experiencias, sentimientos y necesidades. Nos pide evitar juzgar a los otros de manera severa o apresurada, reconociendo más bien que todos somos imperfectos y podemos cometer errores. Jesús es paciente y comprensivo, reconoce que el cambio y el crecimiento llevan tiempo.
Por otra parte, la Misericordia de Dios “transforma” a la persona; su gracia no es estática, sino que tiene el poder de provocar cambios significativos en nosotros.
Dios está siempre presente para guiar y apoyar a aquellos que buscan una relación más profunda con él y un mayor entendimiento de sí mismos y de su propósito en la vida.
La misericordia transformadora de Dios es la certeza que ofrece una perspectiva alegre y esperanzadora ante la vida. Incluso cuando enfrentamos grandes desafíos. Dios nos invita a no ver los tropiezos como finales definitivos, sino saber levantarse para aprender, crecer y ser transformados. Siempre hay esperanza y posibilidad de cambio mientras estemos abiertos a recibir la misericordia de Dios en nuestras vidas. Seamos para nuestros hermanos motivo de esperanza para crecer. Con amor y compasión, guiémoslos hacia la luz y la renovación que la misericordia de Dios ofrece.
El juicio y el rechazo son contrarios a la misericordia. En lugar de condenar, practiquemos la comprensión y el amor, siendo agentes de misericordia para todos. Transformamos vidas cuando acogemos en lugar de rechazar. En cada gesto de compasión y apertura, construimos puentes hacia un mundo más lleno de amor y comprensión, donde la misericordia prevalece sobre el prejuicio. Claro está que, no debemos confundir la misericordia que debemos manifestar al hermano, con guardar silencio cómplice ante las realidades de pecado que deben ser rechazadas.
La Iglesia nos llama a vivir el amor misericordioso de Dios, reflejando en el mundo su luz, para ser agentes de cambio positivo en nuestras comunidades. Inspirados por esta infinita misericordia, seamos canales de amor y perdón para nuestros hermanos.