Este sábado 4 de mayo la Academia de Líderes Católicos organizó el foro internacional “Haití: Prioridad para la región y agenda para su transición”.
Contamos con la valiosa inauguración del evento del secretario de Estado del Vaticano, cardenal Pietro Parolin. Agradezco haber podido participar en este foro que constó de dos paneles con intervención de cardenales, expresidentes latinoamericanos, obispos haitianos, expertos y miembros del recién establecido Consejo Presidencial de Haití. Se puede acceder a este evento en https://www.youtube.com/LideresCatolicos
La situación de Haití es desesperada por la pérdida de seguridad ciudadana. El 80% de la capital, Puerto Príncipe, está tomada por pandillas de delincuentes, el aeropuerto tiene muchas semanas de no poder operar para vuelos comerciales, pues su vecindario está controlado por las pandillas. Asimismo, la carretera al puerto cercano estuvo controlada por las pandillas hasta hace pocos días en que la Policía Nacional pudo abrir el tránsito, a pesar de ser una fuerza con menos efectivos y menos armamento que los grupos criminales.
La carencia de alimentos es cada día más angustiosa, lo que se da en una nación que es la más pobre del hemisferio occidental y una de las más pobres del mundo. Su PIB per cápita es apenas poco más de la sexta parte del de América Latina y el Caribe, una octava parte del de Costa Rica y una cuarta parte más bajo que el de Nicaragua, el cual es el segundo país más pobre de América. Ocupa el lugar 163 entre los 191 países del Índice de Desarrollo Humano de NNUU. Uno de cada cuatro niños padece de desnutrición severa, la esperanza de vida es de solo 63 años. Dos quintas partes de la población es analfabeta.
Además, es un país cuya naturaleza ha sido desbastada: el 98% de sus bosques han sido talados sobre todo para usarlos como combustible.
Y ahora es un Estado fallido. Pero es una nación con una población capaz y valiente, que se encamina hacia su progreso, que es amada por Dios, Dios que a nosotros nos recuerda nuestro deber de fraternidad para con nuestras hermanas y hermanos que sufren.
Este foro convocó la solidaridad de las naciones poderosas, de las organizaciones internacionales y de los países latinoamericanos.
En una condición grave, pero no tanto como la de ahora, cuando fui secretario general de la OEA se había interrumpido en Haití la continuidad democrática y se había sufrido el efecto devastador del huracán Iván.
Mi visita a ese país recién electo a esa posición fue mi única misión internacional. Pude admirar la vocación de servicio y la capacidad de los equipos médicos de Argentina y Uruguay, que en Gonaïves habían logrado establecer servicios de salud mejores a los anteriores al huracán, y el trabajo de las fuerzas de NNUU, lideradas por Brasil y con participación también de fuerzas de Chile, Argentina y Uruguay, que lograron ayudar a la policía y el ejército locales a reconstruir el orden, además, facilitaron la acción de los haitianos para volver a la democracia.
Hoy la necesidad es mayor y la ayuda es menor.
Como lo señaló con contundencia mi amigo el expresidente Felipe Calderón, la esencia del crimen organizado es que suplanta al Estado: toma regiones bajo su control, establece las normas de convivencia, ejerce la fuerza y la coacción, juzga y aplica despiadadamente sus condenas.
Hoy la primera ayuda que Haití requiere, a la par de alimentación, es la fuerza para que el Gobierno de transición recupere el monopolio de la coacción y se pueda restablecer la seguridad ciudadana.
Esa es la plataforma esencial para que los haitianos puedan establecer una vida civilizada, para progresar con dignidad y libertad. Esa también es la más urgente necesidad para nuestros países.
Si no se rescata el monopolio estatal de la coacción, en vano se puede pretender disminuir la criminalidad, así como controlar el tráfico ilegal de personas, armas y drogas.