Arranco con esta consideración del Padre Larrañaga sobre el término salvarse: “Cuando decimos ‘salvarse’, no nos referimos a la salvación cristiana, aquella que nos alcanzó Cristo y que se continuará en la vida eterna. Entendemos salvación en su sentido popular: salvarse del miedo, de la angustia, del tedio, del sufrimiento… Más concretamente, cuando decimos salvarse a sí mismo entendemos y estamos refiriéndonos a ciertos medios que cualquier persona los puede utilizar para evitar o mitigar cualquier sufrimiento”.
De ello se trata en esta nueva serie de escritos: ofrecer algunos instrumentos prácticos para que el lector que padece ese sufrimiento lo pueda neutralizar o, al menos, aliviar, mediante la reflexión y el análisis, y ciertos ejercicios. Y, claro, la aplicación de todo ello depende de cada quien, contando con la ayuda de los demás, y del mismo Dios si se es creyente. El principal responsable es siempre uno mismo. Lo que no haga usted, nadie lo hará por usted. De ahí la importancia de tenerlo en cuenta, desde el principio.
Soy un presbítero, un sacerdote, y por mi propia experiencia y la de los demás sé lo importante que es la fe religiosa para mitigar y aún cambiar los sufrimientos de la existencia humana. Pero también he podido darme cuenta de cómo escasea esa fe, si es verdadera. Por lo mismo y al principio principalmente, me valdré de la razón y la ciencia psicológica, dejando para el final lo referente a la fe.
Y, ante todo, hay que insistir en que no hay ningún especialista por capaz que sea que pueda liberar el sufrimiento humano. “Salvarse es el arte de vivir, y este arte se aprende viviendo”, sentencia el Padre Larrañaga. Y nadie puede vivir por uno, por usted; es usted quien debe hacerlo eliminando su sufrimiento por la recuperación y dominio de la mente hasta conseguir la paz y el gozo del vivir. Convénzase de que hay en su interior un mundo de posibilidades que hay que despertar y, una vez despertadas y puestas en acción, mantener el convencimiento de que puede “salvarse”.
Esto previo, usted puede ser una persona psíquicamente enferma, es decir, que no consigue funcionar en la sociedad como persona normal o no logra disimular su situación. O puede ser que funcione socialmente bien mediante mecanismos de disimulo o de sentido común, pero en su interior sufre, aunque no tenga síntomas patológicos: angustia, depresión, insomnio, hastío… En el trato con los demás lo atribuyen a problemas profesionales o familiares. Pero no es ese su verdadero problema. Si se les pregunta por la razón de su vivir, responden que no lo tienen. Sienten dentro un vacío enorme y una desgana generalizada, y no saben por qué.
En suma, concluyo con el mismo Padre Larrañaga, salvarse a sí mismo significa conseguir la plena seguridad y ausencia de temor, ir avanzando lenta pero firmemente, desde la esclavitud hacia la libertad. Y esta sagrada tarea nadie la hará por ti, o en lugar de ti, tú tienes que ser el “salvador de ti mismo”.
Claro, le pueden ayudar. Y de eso se trata en esta serie de escritos, lo mismo que en consultas y consejerías. Así que a animarse.