A sus 31 años Javier Rosales sabe lo que es ser sabanero, montador de toros y jugador de fútbol. El defensor del Municipal Liberia recuerda muy bien aquellos tiempos de juventud en que se subía al lomo de un toro, ordeñaba vacas o cuando dejó de lado el fútbol y se dedicó al ganado en la famosa Hacienda La Pinta, de Martín Vallejos.
El liberiano heredó su pasión por la ganadería de sus tíos, papá y abuelo, quienes trabajaron por años en el campo. “Yo siento que lo traigo en la sangre”, aseguró.
Esta es una historia que debe ser contada por partes. La primera es cuando jugaba en segunda división con Santa Rosa y puso en pausa su carrera en el deporte rey porque el equipo descendió a Linafa. Rosales cambió los tacos por las botas y el sombrero.
Por tres años laboró en esta hacienda en Santa Cruz.
“Se sabía la hora de ingreso, pero no la de salida. Cuando entrábamos a ordeñar eran las 4:00 a.m., nos tocaba repartir la leche, ensillar los caballos y estábamos todo el día más que todo agarrando toros porque pasaban en la montaña y cada uno que entra al corral es amarrado. Nos daban las 6:00 p.m. o 7:00 p.m. sin almorzar, pasábamos todo el día ahí.
Es un tema complicado que lleva mucho sacrificio y que disfruté mucho”, narró.
Regreso al fútbol
Después de trabajar de sol a sol, el defensor fue llamado por Marvin Solano, que dirigía al Municipal Liberia, para que se uniera al equipo.
Con los liberianos logró el ascenso a la primera división y hasta el día de hoy se mantiene en el club que ahora dirige Minor Díaz.
“En Liberia tengo cuatro años de vivir. Cuando tengo libre siempre me voy para mi casa y cuando puedo visitó a Martín Vallejo en La Pinta”, comentó el oriundo de la zona de Villarreal, en Tamarindo.
Rosales guarda un gran cariño por Vallejos y su hacienda, sin embargo, esta no fue la primera experiencia cercana con ganado, pues montó “toros al principio de mi adolescencia. Me dieron duro, ahí tengo unas cicatrices en la cara. Ya es tema pasado”, añadió entre risas.