No solo fue el original poeta que la historia se ha encargado de poner en el merecido lugar de honor. Rubén Darío (1867-1916) fue un notable prosista y periodista, profesión que ejerció en El Salvador, Guatemala, Costa Rica, Chile y Argentina, entre otros países. Sus crónicas para el diario La Nación de Buenos Aires, como corresponsal en Europa, fueron recogidas en libros estando aún con vida. Pero no solo laboró para este medio. Muchos periódicos latinoamericanos vieron publicada parte de su obra periodística. Como cronista, Darío fue más abundante que como poeta y cuentista. “Dos tercios de sus escritos fueron publicados en la prensa”, asegura el escritor nicaragüense Sergio Ramírez.
Un reciente libro, Rubén Darío/Del símbolo a la realidad (Obra selecta), publicado con motivo de los cien años de su fallecimiento (Real Academia Española/Asociaciones de Academias de la Lengua Española-Alfaguara, 2016), rescata no solo parte de su inmarcesible herencia como poeta que revolucionó las letras hispanas, sino también resalta y recoge parte, tal vez muy pequeña, de su abundante obra periodística, dispersa en los más prestigiosos medios latinoamericanos.
El libro contiene una serie de ensayos de escritores y destacados estudiosos de su obra, como el mismo Ramírez, el mexicano José Emilio Pacheco (1939-2014), el peruano Julio Ortega, los nicaragüense Pablo Antonio Cuadra (2012-2002), Noel Rivas Bravo, Julio Valle Castillo, y el puertorriqueño José Luis Vega, quienes se extienden, no solo en el estudio de su obra lírica, sino también en su destacada labor de comunicador, una faceta acaso marginada del legado del escritor nicaragüense.
El de Darío es un “espíritu abierto e inquisitivo”, que “indaga sobre todo lo que ocurre en el mundo de las ideas y en los hechos de la vida diaria”, describe Ramírez a su coterráneo. “Y entre la banalidad y la trascendencia –añade- quiere registrarlo todo y abarcarlo todo y encuentra en la crónica una manera de ser contemporáneo y participar en el vértigo de la modernidad”.
Durante su corta vida, Darío publicó siete libros de poesía, dos donde mezcló prosa y verso, y doce en prosa, más poemas sueltos, folletos y prólogos, lo que pone de relieve su vocación por la narrativa, donde la narración periodística ocupa un lugar de privilegio. Esta labor le permitió ingresos en su azarosa existencia, siempre al borde de la ruina económica y vencido por el alcohol desde su juventud, como lo describen los personajes de la novela de Ramírez, Margarita, está linda la mar (Alfaguara, 1998), en su ingreso triunfal a la ciudad de León (Nicaragua), en 1907 y, finalmente, en 1916, poco antes de su muerte, el 18 de enero de ese año.
“Sin duda podemos afirmar que en su tiempo no existe publicación periodística en lengua española de verdadera o relativa importancia en donde no haya aparecido su firma ocupando un lugar de excepción”, indica Rivas Bravo.
El libro conmemorativo recoge parte de sus libros que revolucionaron la poesía en lengua hispana, como Prosas profanas y otros poemas (1896), publicación que es considerada el bautizo del modernismo, aunque sus iniciadores reconocidos fueron los cubanos Julián del Casal (1863-1893) y José Martí (1853-1895), el mexicano Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895) y el colombiano José Asunción Silva (1865-1896). Con esta, y más tarde con Cantos de vida y Esperanza (1905), también incluida en la antología, Darío fue el enlace entre este primer grupo modernista y el segundo en que destacaron el argentino Leopoldo Lugones (1874-1938) y el peruano Ricardo Jaimes Freyre (1868-1933).
“Escribió poesía perturbadora con metros y ritmos que nunca antes se habían escuchado en nuestro idioma. Darío expropió, sí, la poesía francesa, como Garcilaso lo había hecho con la italiana, pero no todas las fuentes provenían de París. (Edgar Allan) Poe, (Gabriele) D’Annunzio y el extraordinario Eugenio de Castro, maestro de (Fernando) Pessoa, fueron también modelos de Darío. Hizo lo que en Europa era imposible: sintetizar las escuelas enemigas, parnasianismo y simbolismo, y al hacerlo convirtió en hispánica toda la literatura universal”, rememora Pacheco.
Observador. La antología dariana recoge parte de sus escritos en prosa, como es una serie de crónicas sobre lugares españoles y europeos de comienzos del siglo XX. Barcelona, Málaga, La tristeza andaluza, Granada, Sevilla, Córdoba, Gibraltar, Tanger, Venecia, Waterloo, Fráncfort, Hamburgo o el reino de los cisnes, Berlín y Viena, son algunos títulos. En esas crónicas se destaca como un agudo observador de la vida política y cultural de los lugares por los que transitó. Estas fueron recogidas en su primer libro de crónicas Tierras solares (1904), el mismo título con que se publicaron en La Nación de Buenos Aires ese mismo año. Pero su temprana vocación por la prosa la mostró con la publicación de Los raros (1896), el mismo año de Prosas profanas, un volumen que recoge 20 ensayos sobre igual número de autores, la mayoría contemporáneos suyos, en los que mezcla la crítica literaria con la semblanza.
Su labor como periodista comenzó en 1884, en Managua, con el semanario El porvenir nicaragüense, dirigido por el italiano Fabio Carnevalini, periódico en el que publicó entrevistas a personajes políticos y diversos artículos sobre la vida del país. El precoz periodista colaboró también con el Diario nicaragüense, El Ferrocarril, El Mercado y El Imparcial, previo a emprender el viaje a Chile, rumbo a su inmortalidad, cuando solo tenía 19 años, donde publica su primera obra, Azul (1888).
Recién llegado a Valparaíso, apareció su primera crónica en El Mercurio, La erupción del Momotombo, fenómeno sucedido poco antes de abandonar Nicaragua, en el que evoca lo ocurrido: “Se obscureció el sol, de modo que a las dos de la tarde se andaba por las calles con linterna. Las gentes rezaban, había temor y una impresión medievales”.
“Este entrenamiento provinciano –dice Ramírez refiriéndose a su labor periodística en Managua- en una prensa apenas en ciernes, es lo que se llevó a Chile, en 1886, un viaje (…) que cambiaría su vida y cambiaría la literatura hispanoamericana, y también la crónica periodística, que con el modernismo pasaría a ganar categoría artística.”
*Periodista, escritor.