Quienes tienen de 25 años en adelante saben lo que era ir a primer grado con la ilusión de aprender a leer sus primeras palabras y en muchos casos los más avanzados ya leían y sabían escribir oraciones, lo cual era motivo de festejo para todos en la casa.
Y quienes eran amantes de la lectura veían como un aliciente aprender rápido para así ir a la biblioteca a devorar los libros que les permitían vivir miles de aventuras en distintos lugares y con diferentes personajes, mientras un día se sentían caminando por el bosque con Hansel y Gretel, al día siguiente podían estar viviendo una aventura sobre Moby Dick en el mar.
Esa satisfacción que sentíamos de niños, y que además hacía que a nuestros papás se les llenara el pecho de orgullo, se fue perdiendo con el tiempo porque quienes se encargaron de hacer mallas curriculares para el Ministerio de Educación Pública (MEP) fueron cercenando estos ítems hasta llegar al punto de que ya no fue necesario ni siquiera saber diferenciar las sílabas para pasar a segundo grado.
Y la motivación principal para hacer esto es que “no querían traumatizar a los niños de primer grado que venían de realizar actividades lúdicas en el kínder a sentir la responsabilidad de aprender a leer”. Pero nadie se ha puesto pensar en el gran daño que les hemos hecho a los más pequeños de la casa.
A quién le habrá pasado esto por la cabeza, porque quienes superamos los 25 años vivimos eso y ninguno ha tenido que ir a un psicólogo para remediar este “gran trauma” que significó aprender a leer en primer grado y ser independientes para hacer nuestros últimos exámenes del año sin ocupar de la maestra para que nos diera las indicaciones.
Por eso la población en general aplaude la iniciativa del MEP para que leer y escribir en primer grado sea un requisito para pasar al segundo, porque al parecer nadie se ha fijado en el gran daño que se les ha hecho a los estudiantes con disminuirles las responsabilidades académicas.Los niños de ahora son más avispados que muchos de nosotros cuando teníamos la misma edad, la información, las facilidades y la tecnología han logrado que los pequeños de la casa desarrollen capacidades que nosotros hace 30 años no teníamos.
Tiene razón la Ministra cuando afirma que esto, lejos de ayudar a la educación costarricense, ha provocado que vaya en retroceso. Lo podemos ver en las generaciones que se han graduado en los últimos años, porque los colegios y las universidades han tenido que dar clases de nivelación para ver si acaso consiguen poner a tono a todos los estudiantes, pues hay unos que están bien ralitos.
No puede ser posible que, por la huelga de varios meses y la pandemia, haya pequeños que pasaron a cuarto grado sin saber leer de corrido ni mucho menos se les puede pedir que sepan la materia básica de matemáticas, ciencias y estudios sociales.
Cuando vemos este tipo de cosas nos preguntamos por qué si no quieren “traumatizar” a los niños enseñándolos a leer en primer grado, para qué adelantamos a los pequeños a ingresar a la educación formal. Antes la mayoría de nosotros entrabamos al kínder a los 6 años, ahora todos deben dejar sus hogares y empezar a padecer con las madrugadas desde los 4 años. Nos preguntamos para qué adelantarlos, qué les enseñan ahora en materno, kínder y transición, ¿o pasan 3 años jugando sin enseñarles nada y sin darles las herramientas para iniciar el periodo escolar?
Además, con respecto a este tema, en las instituciones privadas sí aprovechan el tiempo para enseñarles cientos de cosas y prepararlos para la vida casi al mismo tiempo que van dejando los pañales. Basta ver los temarios de estos centros para darnos cuenta de que la educación tiene diferencias abismales.
Mientras que en el sector privado motivan a los estudiantes a explotar todas sus destrezas, a desarrollar sus habilidades, en el público a veces pareciera que les ponen un ladrillo encima para que aprendan lo menos posible, para que piensen lo más poquito que se pueda y que ojalá sean niños y adolescentes que salgan con la idea de no poder hacer nada más.
Ojalá el cambio no se quede en una simple intención, porque cada uno de nosotros está en la obligación de poner su granito de ahora y ayudar a los más pequeños de la casa a recuperar esa calidad de educación que se veía hace unos años en el estudiantado costarricense, pues hasta que daba gusto conversar con ellos porque tenían léxico, conocimiento y ansias de aprender, no como ahora, que pareciera que, entre menos preparados están, mejor. Como país, debemos saldar una deuda con el ejército que hay en Tiquicia ese que en lugar de empuñar armas e ir a la guerra levanta sus cuadernos y sus lápices con deseos de aprender.