Vivimos no una época de cambios, sino un cambio de época que nos exige dar especial consideración al futuro, lo que nos exige reflexión y gradualidad, y preservar los valores fundamentales para evitar la violencia y el caos.
Las dificultades se agigantan cuando se dan simultáneamente cambios en muchas de las principales circunstancias que condicionan nuestras acciones, y se nos hace muy arduo adaptarnos.
Puede parecer temerario afirmar tan contundentemente que vivimos un cambio de época. Es decir, una transformación de la vida humana tan profunda como la que se dio con la caída del Imperio Romano, con el Renacimiento y con el surgimiento de la Época Contemporánea gracias a la Revolución Industrial, a la gradual implementación de la Monarquía Parlamentaria Inglesa, a la Independencia de los EE. UU. y a la Revolución Francesa.
Cuando se vive un episodio de este tipo es muy difícil saber si de verdad se está dando. Especialmente porque los cambios de época toman muchos años y varias generaciones para concretarse.
Afirmo que vivimos un cambio de época porque las circunstancias han cambiado profundamente, y lo siguen haciendo con relampagueante velocidad. Cambios cada vez más acelerados en la condición de las mujeres, en las relaciones familiares, personales, religiosas, empresariales, sociales, políticas, internacionales, en la tecnología. En las relaciones y confrontaciones entre las potencias mundiales.
Esos cambios se dan en cómo vivimos y en qué podemos hacer, pero a sus efectos no nos hemos ajustado. Son cambios que se han dado en nuestros medios e instrumentos, en nuestras leyes y prácticas… pero que no sabemos todavía cómo interiorizar, cómo domar, cómo aprovechar.
La pandemia, con sus consecuencias y todos esos cambios que no hemos asimilado, han puesto de manifiesto y magnificado la ineficiencia y la corrupción de muchos gobiernos, el dolor de la pobreza y el aumento de la desigualdad. También han causado frustración y desarraigo de las personas, que pierden el abrigo de la familia tradicional, de los empleos formales y duraderos, de su pertenencia religiosa, de su comunidad ahora sustituida por las amistades anónimas en las redes sociales.
Con el cambio en las circunstancias crece la incertidumbre. Lo desconocido nos da miedo. Frustrados, sin el sustento de relaciones humanas y espirituales que nos tranquilicen, confusos y con miedo, se acrecienta la fuerza de los sentimientos, principalmente el enojo, y se apoderan de los pueblos la envidia y el odio. Son condiciones propicias para la violencia. La racionalidad y el amor se debilitan en la acción humana.
Por eso en este cambio de época debemos esforzarnos en el encuentro fraterno, en la amistad social y en protegernos con una estructura de valores que nos permita navegar en aguas desconocidas.
También actuar con prudencia frente al incremento de la incertidumbre y adaptarnos gradualmente nosotros y nuestras instituciones. Siempre debemos ser respetuosos frente a los demás y humildes ante nuestra ignorancia. En este cambio de época con el incremento de la incertidumbre, de la frustración y del miedo esas virtudes son aún más necesarias.