Cuando el hombre de las cavernas asustado por aquellos extraños fenómenos de la naturaleza que no entendía, despavorido se apartaba de ellos para esconderse, manifestándose así uno de los instintos más primitivos, el instinto de sobrevivir, el de no querer morir.
Este instinto del miedo a lo desconocido es el impulso -más fuerte y más salvaje del animal, llámese hombre- o bestia. Estos actos de apartarse de lo que puede dañar no deben llamarse actitudes animistas del hombre, que solo son simples reacciones naturales del animal. Ahora, muy distinto es cuando este ser cavernario realiza actos rituales ante el sol, la luna, el volcán o un árbol, entonces sí estamos hablando de actos animistas, mas no es religión, esta sobreviene en un estadio más cercano, cuando Dios se le revela al hombre, es ya una Revelación y que el humano profesa como religión (mal definida en el diccionario) y no un fenómeno cultural, antropológico, etnológico ni cosa de humana invención. La verdadera religión es aquella que cuando el hombre, sabiéndose ya criatura, adora, ama y sirve a un Creador que ya reconoció gracias a la revelación, la vasijilla de barro ha reconocido a su Alfarero, aunque todavía de modo imperfecto y no es sino hasta el final del Paleozoico que aquella lejana semilla celeste ya evolucionada apareció hecha ya un hombre cabal por el soplo misterioso del Creador (Gn 2: 7) y ahora sí, con un aliento de vida espiritual que lo hace diferente a las bestias del campo, los peces del mar y las aves del cielo.
La religión no es mitología, no es leyenda, no es tradición ni antiquísimos cantos, cuentos, ni relatos populares ancestrales.
La criatura humana cuando se supo venida de un Dios Creador, cayó rendida en adoración ante Él. Fue Dios el primero en revelarse a su criatura, que esta, por sí misma, nunca hubiera podido descubrir de dónde procedía, que la inteligencia humana no está para alcanzar ese arcano. Y así nació la religión que alcanzó llegar hasta los tiempos de Juan el Bautista.
Y es cuando viene la Iglesia Católica, que ya no predica religión alguna, se ocupa sí de proclamar el Evangelio de Jesús que es el estallido de AMOR más grande que se ha dado sobre la faz de la Tierra y de esta manera abrir la puerta que lleva a los hombres por el Camino de la Luz, la Verdad y la Vida (Jn 14: 6).