Ricardo Millán
El lente del psiquiatra
El pasado lunes 10 de marzo, el expresidente Miguel Ángel Rodríguez puso sobre la mesa un importante tema en su artículo titulado “Relaciones humanas, felicidad, vida larga y saludable”, publicado en este mismo medio. En él se resume parte de la evidencia que nos dice que las conexiones entre las personas son uno de los factores más relevantes para vivir bien y por muchos años.
Aprovecho la oportunidad para reforzar el mensaje haciendo énfasis en un concepto más específico: existen vínculos inseguros y seguros, no todos son iguales. En el primer caso, se conocen con detalle sus efectos nocivos. Por citar tan solo un ejemplo, los conflictos persistentes en una relación de pareja aumentan el riesgo de sufrir un infarto tanto como si la persona fuera diabética; dentro de las posibles causas se cita el efecto negativo del estrés crónico para la salud.
Entonces, ¿qué son los vínculos sanos? La respuesta se basa fundamentalmente en la teoría del vínculo, que plantea que los seres humanos requerimos de una nutrición emocional constante a lo largo de toda nuestra existencia que satisfaga un sentido de conexión, protección y entendimiento por parte de las personas significativas, sean estos los padres, la pareja u otros cercanos. Se trata de una necesidad básica, como alimentarnos o consumir líquidos. De forma breve, existen tres elementos fundamentales que están presentes en toda relación saludable: estar disponible a nivel afectivo para la otra persona (o al menos, apenas las circunstancias lo permitan), responder afectivamente ante las necesidades del otro individuo (empatizando, leyendo sus requerimientos, mostrando interés por lo que para esta persona es importante) e involucrándose afectivamente, sin temor a la cercanía y necesidades emocionales de la persona cercana.
Reconociendo lo anterior, ¿cómo podemos contribuir a generar vínculos sanos con los seres más significativos en nuestras vidas? En condiciones ideales, se trata de respuestas espontáneas, en donde la conexión se establece gracias a distintos mecanismos que han permitido la evolución humana a través de los siglos. Ahora bien, en el mundo actual, sobrecargado de estímulos nocivos que compiten con esos vínculos y en donde no todos los modelos de crianza han sido precisamente sanos, ¿qué podemos hacer?
La primera acción se expone en el artículo de don Miguel Ángel: reconocer las ventajas de las conexiones humanas para los demás y para nosotros mismos (siempre es un proceso beneficioso en doble vía). Pero, además, conviene hacer el ejercicio de no tomarse las cosas por sentado: una relación sana y segura requiere de una inversión consciente a nivel emocional. Esto implica programar tiempo para cuidarla, hacer esfuerzos genuinos de empatía y priorizar la disponibilidad afectiva. Una recomendación sencilla, entre muchas otras posibles, sería la de evitar por completo los aparatos electrónicos durante el tiempo que se comparte con los hijos, los padres o la pareja. Esto permitiría estar realmente conectados, presentes, conscientes del momento, haciendo las lecturas de los requerimientos de las otras personas.
Otro ejercicio útil es hacer una revisión de las últimas interacciones que se tuvieron con esas personas a través de preguntas hacia uno mismo: durante esa ocasión en que compartí con uno de mis seres queridos, ¿cuál fue mi disposición corporal al escucharle?, ¿lo hice de forma activa y atenta, o, por el contrario, mi necesidad de decir las cosas me hizo interrumpir la conversación?, ¿cuántas veces revisé el celular durante ese tiempo?, ¿mantuve contacto visual o físico constante?, ¿me perdí en mis propios pensamientos y dejé de lado lo que me estaban expresando?
En general, cuando alguien no ha tenido este tipo de conexiones se le suele dificultar su reconocimiento. Esto ocurre en parte porque, si ha existido carencia afectiva, como mecanismo de protección nos tendemos a “anestesiar” contra las emociones; y en parte también porque bajo esas condiciones solemos buscar gratificaciones intensas, muchas veces a través de relaciones volátiles que terminan siendo, a fin de cuentas, inseguras. De esto, de cuando no hay una buena disponibilidad de recursos afectivos alrededor, hablaremos más adelante.
Si el tema le interesa y desea profundizar en él, existen muchos recursos disponibles para buscar información al respecto: podcasts, libros, talleres, artículos. Esta es una invitación para dar el paso. Vivir mejor y durante más años es posible si lo establecemos como prioridad y echamos manos a la obra de una manera estratégica.