Recientemente se celebró el Día Internacional del Migrante. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) nos propone dicho día para sensibilizar al mundo sobre la persona que migra, sujeto de derechos humanos, y la urgencia de poner en marcha medidas políticas concretas.
Como Iglesia ya hemos abordado este tema con una Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado que celebramos el domingo 25 de septiembre y que tuvo como lema, “Construir el futuro con los migrantes y los refugiados”, recordando que su presencia es siempre una ocasión de crecimiento cultural y espiritual para todos. Aun así, en este tiempo litúrgico del Adviento, dada la realidad que está a la vista, sintámonos llamados a regalar esperanza por encima de toda oscuridad, con la conciencia de que, como cristianos, tenemos mucho que aportar a tantos hermanos desamparados venidos de otros países.
No podemos quedarnos en el discurso. La fe en el Señor es un componente dinamizador en la sociedad. “Jesús nos pide incluir a todos con gestos concretos, pues como cristianos no tenemos derecho de excluir a los demás, juzgarlos o cerrarles las puertas”. (Jornada Mundial de las Personas Migrantes y Refugiadas 2022).
En cuanto a nuestro país, hemos dado ejemplo de ser una sociedad acogedora y hospitalaria, capaz de integrar a muchos migrantes en la construcción del futuro. Estamos llamados a continuar cultivando y fortaleciendo esas actitudes, superando la visión anticristiana de ver en estos hermanos, a invasores o ciudadanos de segunda, a quienes se explota en muchos sentidos, o difundiendo así una mentalidad xenófoba, cerrada y replegada sobre sí misma.
La dignidad del migrante, ahí donde se encuentre, le permite participar en la vida social como cualquier otro, desde el amor al prójimo no se admite exclusión alguna. Nuestra condición de creyentes antagoniza con esa mentalidad y esas actitudes que hacen “prevalecer a veces ciertas preferencias políticas por encima de hondas convicciones de la propia fe: la inalienable dignidad de cada persona humana más allá de su origen, color, religión, y la ley suprema del amor fraterno”. (Papa Francisco, Fratelli Tutti, n.39)
Como nos recuerda el Papa Francisco, “las migraciones constituirán un elemento determinante del futuro del mundo. Aunque hoy están afectadas por una pérdida de ese ‘sentido de la responsabilidad fraterna’” (Idem, n.40). De ahí, la invitación a no dejarnos condicionar por dudas y miedos hasta el punto de convertirnos en seres intolerantes, cerrados y quizás, sin darnos cuenta, incluso racistas.
Mientras nos preparamos para celebrar con mucha alegría el misterio del nacimiento del Hijo de Dios, pidamos al Señor alcanzar esa visión de paz y justicia para todos, de esperanza y amor para quienes están obligados a huir de realidades indignantes en sus países. Que veamos en cada migrante el rostro de Jesús, que con sus Padres busca dónde le den posada.
Seamos Buena Noticia, de acogida y consuelo para muchos, especialmente en esta Navidad.
*Arzobispo Metropolitano