Sin duda el asesinato del Eugenio Androvetto, director de Salud Ambiental del Ministerio de Salud, genera gran asombro, pero sobre todo tristeza del rumbo que pueda estar tomando el país.
Y es que este homicidio pone en evidencia cómo en cuestión de segundos se puede apagar la vida de una persona a manos de un sicario incluso en un sitio público.
Para nadie es un secreto que hay jóvenes dispuestos a matar por tan solo 50 mil colones. Nos guste o no, hasta este punto hemos llegado en Costa Rica, copiando patrones de otros lugares.
Hablamos mucho de la seguridad, pero: ¿cuál es la inversión que estamos haciendo en educación y en la promoción de valores en una sociedad cada vez más descompuesta?
Debemos ser sinceros y reconocer que en parte lo que está ocurriendo es porque hemos perdido el respeto por la autoridad, algo que inicia desde nuestras propias casas.
Está de más decir que las organizaciones criminales pueden reclutar a jóvenes ante la falta de empleo y oportunidades que hacen que se vuelvan presa fácil del mejor postor.
Sin duda alguna, los videos que circulan en redes sociales nos llevan a pensar en que hemos dejado de ser un país de paz porque, aun cuando en este caso el objetivo al parecer estaba definido, el atentado pudo alcanzar a un inocente.
En las imágenes se ve cómo el sujeto sale caminando y disparando como si nada, dispuesto a acabar con cualquiera que se le atraviese, sin temor alguno a eliminar a uno o más testigos.
No existe nada que justifique la muerte de una persona de esta manera. Ojalá y no se trate de un asunto político, como se preguntan muchos a través de las redes sociales, por el tipo de labor que desempeñaba el ahora fallecido.
Será resorte de las autoridades judiciales el determinar con convicción cuál fue el motivo del homicidio. No obstante, la suspicacia crece cuando no existen respuestas.
Hay quienes señalaban que “ya no se puede ni salir a tomarse una cerveza” y es verdad. A como está la cosa, en cualquier momento y lugar puede aparecer un sicario.
Debemos pensar cómo contribuimos como sociedad para que nuestros adolescentes no caigan en la trampa del dinero fácil. Desgraciadamente, muchos no conocen las consecuencias de incursionar en estas actividades delictivas.
La educación sin duda es responsabilidad de los hogares, sin embargo, las escuelas y colegios hacen el soporte en muchas ocasiones. Por eso resulta vital mantener la cercanía con los docentes.
Cabe rescatar a la población más vulnerable para que no sea susceptible ni corrompible por parte del narcotráfico. Todos podemos hacer un aporte desde nuestras distintas trincheras.
Creemos que lo peor que podríamos hacer es quedarnos de brazos cruzados, pensando que nos llevó la trampa. Sí hay que aprobar leyes, sí hay que mejorar la seguridad, sí hay que tener más oficiales, pero a la vez nos uge reforzar la educación y trazar una ruta para aminorar las desigualdades.
Solo con un plan integral será posible que no volvamos a ver casos tan lamentables. El abordaje debe incluir a distintos actores y componentes, esto no es solo un tema de seguridad.