San Rafael de Heredia no solo es un cantón de historia y tradición, sino también un refugio natural en medio del crecimiento descontrolado de muchas zonas urbanas.
Por eso la tala de árboles en los alrededores del residencial El Monte ha desatado la indignación de los vecinos, quienes se han organizado en una lucha casi ininterrumpida para frenar la destrucción de su entorno.
El pasado miércoles empezaron los trabajos para cortar 15 árboles, pero gracias a la presión ciudadana, la empresa contratada solo pudo talar siete.
A pesar de la resistencia, la amenaza sigue latente: el plan municipal es eliminar 65 cipreses, supuestamente por la demanda presentada por una residente extranjera de apellido Tkachenko.
La razón: considera que estos árboles ponen en riesgo su propiedad.
La comunidad no solo rechaza la tala, sino que también cuestiona la falta de acción de la Municipalidad.
En lugar de buscar una solución que preserve el ambiente, el gobierno local optó por contratar una empresa privada mediante una licitación para proceder con la deforestación.
Se ampara en una sentencia firme que avala la medida, pero el hecho de que exista un fallo judicial no implica que sea la mejor opción.
En este caso es una muestra de cómo el aparato legal puede volverse ciego ante el sentido común y el bienestar ambiental.
El argumento de la demandante es débil. No hay pruebas concluyentes de que estos cipreses representen un peligro real. Más bien han sido un sello distintivo del lugar, además de ser vitales para el ecosistema local.
El simple hecho de que no sean especies autóctonas no justifica su tala. Costa Rica, país reconocido por su compromiso con la conservación medioambiental, no debe permitir que intereses individuales destruyan lo que pertenece a todos.
Los vecinos han dado una lección de resistencia y unidad.
En un contexto donde tantas veces se normaliza el atropello al medioambiente en nombre de la “seguridad” o del “progreso”, es un respiro ver que hay comunidades que no se rinden.
No se trata solo de San Rafael de Heredia; esta lucha es un reflejo de una batalla mayor, donde el desarrollo no puede seguir avanzando a costa de la naturaleza. Es momento de alzar la voz.
La presión de los ciudadanos, de las organizaciones y de los medios de comunicación debe ser constante.
No basta con indignarse en redes sociales o lamentarse después de la tala. La comunidad ha demostrado que puede frenar el daño, pero necesita más apoyo.
San Rafael no puede perder sus árboles, su identidad ni su esencia.
La naturaleza no es un obstáculo ni un capricho, es un derecho que debemos proteger y en este caso el mensaje es claro: los rafaeleños no están dispuestos a quedarse de brazos cruzados.