Ya pasó la Navidad y pronto el Año Viejo nos habrá dejado para darle espacio al Año Nuevo, que como todos los años viene lleno de ilusiones, esperanzas y deseos de ser mejores… porque este año “sí me pondré a dieta”, este año “sí haré ejercicio”, este año “sí me sentaré a leer la pila de libros que me esperan”, “sí retomaré los estudios”, “sí ordenaré mis finanzas”, “sí…”, “sí…”.
Al finalizar el año tenemos la costumbre de hacer un balance de nuestras vidas, lo que hemos alcanzado, lo que hemos dejado atrás, nuestros logros y pérdidas, lo bueno y lo malo y sentimos esa necesidad de dar por terminado un tiempo para dar la bienvenida a una nueva oportunidad de corregir, superar y, por qué no, reinventarnos con la esperanza de hacer todo mejor.
Este recuento de lo vivido y el sentimiento de que podemos corregir nuestras fallas, que podemos empezar de nuevo y continuar aquello en que estamos siendo exitosos con renovadas fuerzas es una oportunidad que nos brinda el momento y no podemos dejarlo pasar.
En el Año Nuevo, más que en ninguna otra fecha, sentimos que tenemos la capacidad de mejorar y la confianza de que somos capaces de alcanzar lo que nos propongamos, pero la “magia del momento” dura poco tiempo cuando nuestros propósitos no vienen acompañados de un verdadero compromiso, esfuerzo y un plan de acción. Perder peso o hacer ejercicio suena genial, pero no perderé un gramo si no hago por dónde corregir mis hábitos alimenticios o recurro a una nutricionista que oriente mi propósito, pues hacer “sacrificios” sin resultados acaba por destruir las buenas intenciones y la frustración termina con la dieta. Hay infinidad de buenos propósitos y me atrevo a decir que todos tienen que ir acompañados, además de fuerza de voluntad, de orientación y planeamiento, así como de una buena dosis de realismo, pues no podemos pretender correr la maratón en tres meses cuando nunca hemos calzado un par de tenis o siquiera dado la vuelta a la manzana caminando.
Decía una psicóloga que para no dejar tirados los propósitos de fin de año en enero debemos meditar antes de hacernos promesas e ilusiones, ser específicos en lo que queremos conseguir, ser realistas en lo que podemos lograr y pautar nuestras metas en tiempo.
Añadía además que hay que estar seguro de por qué quiero cumplir esa meta, cuánto tiempo y esfuerzo estoy dispuesto a invertir y cuáles serán los obstáculos que voy a enfrentar. Suena tedioso el proceso, pero puede evitar la frustración y en caso de que haya recaídas, porque las habrá, poder retomar el camino sabiendo hacia dónde va y por qué.
Hay quienes también opinan que no está de más escribir, sí, poner en blanco y negro esa meta que quiere alcanzar y la forma como piensa lograrlo pues ayudará a recordar concretamente lo que se ha propuesto, como lograrlo o si debe corregir algo para seguir avanzando. Siempre es bueno recordar que corregir significa que está en el camino correcto, que está consciente de sus fallas y tiene la disposición y el coraje para seguir avanzando… ojalá en compañía de alguien que comparta sus sueños e ilusiones, alguien que le apoye cuando flaquee y le dé la fuerza para continuar o mejor aún… alguien a quien no le pueda fallar y le inspire para seguir luchando.
Antes de que acabe el Año Viejo, no olvidemos dejar atrás la tristeza y los malos ratos que en nada contribuyen a nuestros propósitos y sí nos distraen de nuestros objetivos. Rescatemos con gratitud los momentos en que fuimos bendecidos con el amor, la amistad, el trabajo, la familia, los amigos y tantas otras bendiciones que recibimos del Señor durante 2022.
Y sea como sea que hagamos nuestra lista de propósitos, tengamos en cuenta que lo importante es hacerla con fe y el firme propósito de ser una mejor versión de nosotros mismos.
¡Que el Señor bendiga a Costa Rica, a nuestras familias y nos ayude a hacer realidad nuestros propósitos y anhelos en este 2023!
¡Feliz Año Nuevo!