Así exclama la Virgen María en su visita a su prima Isabel, que en la vejez está por la gracia de Dios esperando el nacimiento de Juan Bautista.
A la llegada de María el bebito salta de alegría en el vientre de Isabel que expresa su admiración por la visita de la madre del Redentor Prometido.
La Virgen responde manifestando la inmensidad de la grandeza que la inunda por su aceptación de la misión que el Arcángel le ha comunicado.
Esta respuesta es una magnífica oración que puede guiar nuestra reflexión para esta Navidad.
“Proclama mi alma la grandeza del Señor,
y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador,
porque se fijó en su humilde esclava,
y desde ahora todas las generaciones me dirán feliz.
El Poderoso ha hecho grandes cosas por mí: ¡Santo es su Nombre!
Muestra su misericordia siglo tras siglo a todos aquellos que viven en su presencia.
Dio un golpe con todo su poder: deshizo a los soberbios y sus planes.
Derribó a los poderosos de sus tronos y exaltó a los humildes.
Colmó de bienes a los hambrientos, y despidió a los ricos con las manos vacías.
Socorrió a Israel, su siervo, se acordó de su misericordia,
como lo había prometido a nuestros padres,
a Abraham y a sus descendientes para siempre”.
Es el canto de la Madre Virgen que espera el nacimiento del Niñito Dios. Es la Madre Virgen que alaba la humildad de Dios que para redimirnos se hace hombre en su seno. Es la Madre Virgen que nos describe la misericordia del Señor y su poder. Su preferencia por los humildes y los pobres y su amor por todos nosotros, por todas sus criaturas.
Con el nacimiento del Niñito Dios en un pobre pesebre en Belén, lejos de su Nazaret; con la adoración de pastores y de reyes magos; con la presentación del Niñito en el Templo, las aclamaciones en su honor de Simeón y Ana y sus anuncios del sufrimiento para María; y con su posterior huida a Egipto inicia la misión Redentora de Jesús.
Esa misión de Jesús de vida y prédica de amor a todos es acompañada por su madre, por la Virgen cuyo sí hace posible las enseñanzas y la Salvación que su hijo nos vino a regalar. María está en el sí de la Anunciación; en los dolores y congojas del nacimiento y la infancia de Jesús; en la manifestación jubilosa de Su poder en las bodas de Caná; en la pasión, crucifixión y muerte del Redentor; en la constitución de la Iglesia con la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles.
Para los costarricenses que hemos consagrado nuestra patria a la Negrita Reina de los Ángeles es natural asociar la Navidad a nuestra reflexión y veneración a la Madre de Dios.
En María encontramos el ejemplo del amor.
En la última cena, en su despedida de los apóstoles, Jesús llevó el mandamiento del amor a límites inimaginables: “Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos”.
No es ni más ni menos que ser capaces de transmitir el mismo infinito amor de Dios a nuestros semejantes.
Este es el mensaje de Navidad. Esta es la celebración de Navidad. Esta es la tarea que el Niñito Dios nos vino a revelar.
Pidamos a nuestra Madre del Cielo su ayuda para que nos amemos a pesar de las guerras y los crímenes, en medio del desarraigo y la frustración, en este país polarizado y dividido. Así lo transformaremos.
Pidamos a la Reina de los Ángeles su guía para que nos amemos unos a otros como a nosotros mismos, nos perdonemos siempre, amemos a nuestros enemigos, amemos a todos tal como Dios nos ama.
Feliz Navidad a todas las personas. Pido al Niñito Dios que abra nuestro corazón, el de todas y todos, al mensaje de amor que nos vino a traer. Qué hoy nazca en nuestro corazón como hace 20 siglos nació en Belén.