Baja natalidad. Demógrafos, sociólogos y estudios vienen advirtiendo a los países las graves consecuencias socioeconómicas, vitales y culturales acerca de la alarmante disminución de la tasa de natalidad en la alta mayoría de los países del mundo, la cual se encuentra a menos de dos nacimientos por mujer.
Costa Rica, según el INEC, no es la excepción con una tasa de nacimientos 1,29 hijos por mujer, en el 2023, junto a una tasa de mortalidad infantil de 9,51 menores de un año, por 1.000 nacimientos en el 2022, lo que implica, a futuro, el envejecimiento progresivo de nuestra población, con sus desafíos sociales, económicos y de salud: más pensiones, más demandas de servicios de salud especializada -retos para el Ministerio de Salud y la CCSS-, más la complicada reducción de la fuerza laboral, afectante de nuestra histórica seguridad social.
Reducción preocupante para jóvenes trabajadores, quienes a futuro no ven una pensión digna, después de años de pagar su cuota mensual al sistema o, más grave, perder la esperanza de tenerla. Fuerte advertencia, para la sociedad, nuestra institucionalidad y gobernantes.
Sumado a la baja natalidad, considerar el mejoramiento de la esperanza de vida, pues Costa Rica, dichosamente, está entre los países con un alto promedio de años de vida de su población: mujeres, 83,6; hombres, 78,4, en 2023, para un promedio de 81 años (INEC).
Entendidos en la materia incluyen entre las causas de esta situación demográfica: la maternidad ubicada en una edad promedio de 32,5 años, pues las mujeres renuncian a tener hijos o posponen su maternidad, mayor disponibilidad de anticonceptivos y campañas promocionándolos, esterilizaciones, programas de educación sexual a temprana edad y de control de la natalidad, promovidos por organismo internacionales, para quitar presión a la demanda de recursos vitales y a las economías de los países.
Con la baja natalidad, surge el “bum comercial” en torno a las mascotas.
Cambio climático. Tema controvertido, grave problema por afrontar para la humanidad, en el que encontramos quienes abogan por la reducción de la contaminación antropogénica y los antagonistas, quienes respaldan intereses político-económicos, rechazando que los gases de efecto invernadero (GEI) sean causa de dicho cambio.
Los primeros, al contrario, advierten al mundo las severas consecuencias sociales, insalubres, productivas, económicas, territoriales, basados en hechos cada vez más recurrentes, extraordinarios, destructivos que afectan la vida humana y sus actividades: potentes erupciones, terremotos, fuertes tormentas, inundaciones, deshielo, aumento del nivel medio del mar, ciudades costeras que se hunden e inundan, pobreza, éxodo de pueblos, más sequías y tierras desérticas, más incendios forestales severos, temperaturas elevadas; pérdida de fauna y flora, de recursos hídricos. Consecuencias que los costarricenses vienen sufriendo, progresivamente, debido al incremento del cambio climático, en perjuicio de la producción agropecuaria, nuestra seguridad alimentaria nutricional (SAN), infraestructuras, la disponibilidad de agua potable, la tranquilidad de pueblos costeros, la economía nacional y la de familias con grandes pérdidas materiales.
Al uso de combustibles fósiles: carbón, petróleo y gas, causantes de GEI, se le atribuye, en un 75%, el cambio climático global, al producirse el efecto invernadero, que atrapa el calor y genera el calentamiento global, factores a los que debe agregárseles la explotación, sin medida, de los recursos naturales de nuestra casa común, incluida la desforestación masiva de bosques.
En la “colectividad científica cada vez más hay una aceptación gradual de que el cambio climático es amenaza existente y vigente, aún en los más escépticos”.
En nuestros días, a pesar de las medidas de prevención y mitigación, ya enfrentamos fuertes impactos del cambio climático, cada vez más extremos y demandantes para la Comisión Nacional de Emergencia, el Estado Costarricense y nuestra población, en el marco de un desarrollo humano integral de nuestra sociedad.