Ante la publicación del 28 de enero de 2021 en DIARIO EXTRA “¿Por qué cuesta tanto dejar las creencias religiosas?” de Pablo Chaverri, quien es un académico universitario; el 8 de febrero en la sección de opinión del medio de prensa citado aparece el artículo “Creencias religiosas o convicciones propias”, escrito por Flor Castro Jiménez.
Sobre el asunto, yo expongo: ¿y por qué cuesta tanto creer no solo en la existencia de Dios, sino en creer en su gracia y poder?
Lamentablemente, algunos connotados científicos y teóricos como Carl Sagan, Isaac Asimov y Stephen Hawking de cierta forma no creían en la existencia de Dios. En el caso de Hawking, algunas veces indicó que él se refería a Dios solo como una metáfora. Pero como las cosas son relativas, también han estado presentes grandes hombres de ciencia que sí han sido fervorosos creyentes en Dios, y de sus maravillas. Por eso es justo citar a Nicolás Copérnico (cura y astrónomo), Pierre Teilhard de Chardin (sacerdote jesuita y paleontólogo), Georges Lemâitre (sacerdote jesuita y astrofísico), Gregor Mendel (padre agustino y genetista), Pierre Lecomte du Noüy (biofísico francés), entre otros.
Pese a lo anterior, aun se tiene la discusión de si la ciencia y la fe se complementan o se oponen. A la luz de la Biblia se habla de la creación del universo en seis días, y de la aparición del primer hombre y primera mujer (Adán y Eva). Ciertamente, las ciencias naturales tienen otra línea de pensamiento, remitida a los análisis y evidencias puramente científicas. Aun así, es innegable que tanto el Cosmos, como la existencia de la vida animal y vegetal en este planeta, son producto de una gran evolución. Todavía los hombres de ciencia no conocen plenamente cómo se define el ser humano como tal, o sea, con su capacidad intelectual y de determinación, que lo cataloga con ser provisto de alma.
Respecto a la Creación, por más que se quiera demostrar que la existencia de la materia y energía son producto de una gran explosión (big bang), no se sabe qué existía antes. Retomando, el aspecto de si la fe y la ciencia se complementan, se debe decir que la Biblia en apariencia es solo un libro de fe, aun así, en varios pasajes del Antiguo Testamento (Levítico 18:6-18) se evidencian aspectos de ciencias, tales como la prohibición de las relaciones sexuales incestuosas (la ciencia luego descubrió que ese asunto tiene alta incidencia de provocar problemas genéticos en las personas procreadas).
También se dan algunas advertencias, como la de no consumir carnes de animales impuros (como el cerdo, según el libro de Deuteronomio14:8) en esto ahora se sabe que el exceso de ciertas carnes es nocivo para la salud; respecto a la idea de redondez de la Tierra en la Biblia en Jeremías 51:15 aparece: “Él es quien hizo la tierra con su poder, el que fundó el orbe con su saber, y con su inteligencia expandió los cielos”. El matemático griego Eratóstenes (276-194 a.C.) calculó casi perfectamente la circunferencia de la Tierra (con lo cual se llega a entender la forma de una esfera).
En la época del oscurantismo medieval, las ideas “revolucionarias” de Giordano Bruno sobre cosmología lo llevaron a la hoguera, en tanto Galileo Galilei debió retractarse de la idea de un sistema solar (heliocéntrico). La Biblia menciona que la Tierra es el centro del universo (idea geocéntrica), aunque esto también se puede entender desde un punto de vista puramente también antropocéntrico (donde el ser humano es el gran protagonista en esta creación).
Siglos después, corrientes filosóficas como el positivismo y el pragmatismo fortalecieron el ejercicio del método científico (actualmente se habla de métodos científicos en función de las diversas ramas interdisciplinarias de las ciencias). Esto de cierta manera empezó a influir en el mismo Magisterio de la Iglesia, al punto que hoy en el Vaticano se tiene la Pontificia Academia de las Ciencias, que apoya los estudios en ciencias naturales, físicas y demás campos científicos.
Respecto al ateísmo, resulta interesante traer a colación algunas propuestas del canónigo y beato alemán Tomás de Kempis (1380-1471), célebre por su libro La Imitación de Cristo. Entonces, Kempis escribió:
“Bienaventurada la sencillez que dejando los ásperos caminos de las cuestiones, va por la senda llana y segura de los mandamientos de Dios. Muchos perdieron la devoción, queriendo escudriñar las cosas sublimes. Fe se te pide y vida sencilla, no elevación del entendimiento ni profundidad de los misterios de Dios. Si no entiendes y comprendes las cosas más triviales, ¿cómo entenderás las que están sobre la esfera de tu alcance? Sujétate a Dios, y humilla tu juicio a la fe, y se te dará la luz de la ciencia, según te fuere útil y necesaria”. (Kempis, libro cuarto, capítulo XVIII, punto 2).
Claro, que interesante sería que un científico ateo nos pueda probar la inexistencia de Dios, mediante sus métodos. Fuera de eso, debemos entender que, ciertamente, las ciencias actuales se amparan a los métodos científicos, en tanto los aspectos de la fe se amparan más que otras cosas, en asuntos metafísicos y dogmáticos, y si se entienden bien esas cosas, no se debieran dar conflictos entre ciencia y fe, ni espacio para el ateísmo o ideas agnósticas.