Hace algunos años las autoridades habían dicho que, de no controlar lo que sucedía en nuestro país, podríamos llegar a alcanzar cifras de homicidios similares a México y Colombia, pero muchos prefirieron poner oídos sordos y hacer como que no era con ellos.
Sin embargo, cuando las estadísticas muestran que casi 364 personas han fallecido producto de la criminalidad, sin contar los accidentes de tránsito y otras causas violentas, no se puede dejar de pensar si uno, un familiar, un amigo o un allegado podrían volverse potenciales víctimas.
Lo más preocupante de estos temas es que las autoridades de seguridad proyectan que podría terminar el año con más de 600 fallecidos por esta causa lo que quiere decir que aún les queda a muchas familias sufrir por sus allegados que quizá no andan en los mejores pasos.
Esta no es una cifra sacada de la manga, sino que fue dada a conocer en medio de una comparecencia de la Comisión de Seguridad y Narcotráfico de la Asamblea Legislativa y se basaron no solo en la cantidad de asesinatos de este año sino del comportamiento de los años anteriores.
Cuando cada día vemos la muerte de cerca en nuestros barrios por el narcotráfico, los asaltos, la venganza, la violencia de género, no podemos dejar de reflexionar y cuestionarnos a la vez qué falla en el Estado costarricense, entendiéndolo como un todo, no solo como el Poder Ejecutivo.
Más violenta que nunca, así está Costa Rica, con una cantidad histórica de homicidios que podría superar los 600. Lo que más preocupa es que la mayoría de esos asesinatos se dan en Limón, una provincia carente de oportunidades.
Claro, esta situación alarma, y miles de costarricenses han alzado la voz por las imágenes de las víctimas que lanzan las redes sociales y los medios de comunicación. Con sobrada razón, este tipo de hechos causan dolor e indignación entre todos, pero no puede dejar de informarse, de mostrarse. Es una realidad dura, pero cierta, eso está pasando sin filtros ni poses.
Además, es evidente que se deja al país con la imagen por el suelo y se resta credibilidad al Poder Judicial cuando se conoce que muchas veces agarran a los implicados y los dejan salir porque encuentran algún portillo, o por falta de pruebas.
Y claro, nos da vergüenza ver lo que sucede en el país más feliz del mundo, en la tierra de la paz, en la Suiza Centroamericana, pero, además, debería darnos ganas de hacer algo, de cambiar, de contribuir con el Estado, de hacer Patria.
Sentarse frente a una computadora para despotricar en Facebook, Instagram o Twitter, para reclamarle a todo el mundo, a los que hacen y los que no hacen, es una posición muy cómoda, sencilla y hasta conformista.
A diario fallecen de forma violenta al menos cinco personas en el territorio nacional; una mamá, un papá, la hermana, la novia o el esposo de alguien, la abuela de la familia, su vecino, el empresario honesto, el señor de la pulpería, el joven estudiante, la mujer del hogar, el indigente o el criminal. Posiblemente entendemos que todos merecen que alguien les llore, que alguien pida explicaciones, pues no hay personas de primera, segunda o tercera categoría.
Pero no, la hipocresía nos gana a todos, la doble moral se nos cuela por los poros, el falso pudor nos carcome.
Las mismas autoridades lo dicen todos los días, la gente no denuncia. Al ver un hecho delictivo no ayudan a las víctimas o conocen de hechos de violencia doméstica y guardan silencio. Muchos ven a los narcotraficantes expendiendo a menores y se hacen de la vista gorda, otros observan cuando le roban al vecino y prefieren quedarse callados. En las calles hay quienes primero toman un video o una foto antes de asistir a una persona afectada.
No estamos en este estado por inercia, un cúmulo de acciones han sumado a la realidad de lo que nos sucede. No podemos tapar el solo con un dedo.
¿Qué aporte hace usted cada día para sumar en su comunidad, a su país, a la seguridad?, pues es cosa de todos. ¿O es de esos que “aporta mucho” desparramando en las redes y luego cuando sale a la calle piensa que todo eso no tiene nada que ver con usted? No se equivoque, esta responsabilidad es compartida. Estamos en una epidemia de violencia que recorre todos los rincones, debemos exigir a las autoridades que se hagan cargo, pero los ciudadanos tampoco podemos desentendernos.