Asombra leer sobre la iniciativa del diputado liberacionista Gilbert Jiménez. Frente a la violencia en los colegios, propone instalar un ring de boxeo en cada institución, para que así los estudiantes resuelvan sus diferencias. Revela un infinito desconocimiento de la realidad educativa. También evidencia una crasa ignorancia acerca de las artes marciales.
La educación pasa por una severa crisis. Desde muchos años antes se sabía de menudos desafíos, entre estos el bajo rendimiento (ej. pobres resultados en inglés y en las pruebas PISA), desafíos que ni los pésimos gobiernos PAC (interesados solo en adoctrinar ideológicamente a los jóvenes, con la complicidad cubana), ni las repudiables administraciones liberacionistas supieron abordar.
A lo anterior se suma el escaso incentivo del bachillerato académico, pues aquellos con escasos recursos y rendimiento modesto ni tienen dinero para pagar una universidad privada, ni alcanzan a ganar la admisión en las públicas, no pudiendo pasar a la siguiente etapa y quedando con un título incapaz de hacer una diferencia laboral de peso (algunos trabajos poco calificados piden solo el noveno); esto último, a pesar de ser un lugar común, no ha dado paso a conferir un mayor valor agregado al bachillerato (y lo poco propuesto, la educación dual, fue combatido por los sindicatos).
A estos problemas se suma el apagón educativo producido por la huelga contra el nefasto plan fiscal (enemigo de las PYMES) y por el COVID (frente al cual el gobierno anterior tuvo una miserable respuesta y gran cantidad de estudiantes estuvieron desconectados del sistema). Se adiciona una crítica situación de infraestructura (cientos de colegios con orden sanitaria del Ministerio de Salud).
Todos estos factores los padecen los colegiales. Decantan en una inmensa frustración de los jóvenes, algunos de los cuales optan por la violencia como respuesta frente a los conflictos. La beligerancia es el síntoma de causas profundas que requieren soluciones integrales, no el pasajero entretenimiento del boxeo, que ni es “pan comido”, ni deporte practicable en colegios cayéndose a pedazos sin personal capacitado.
Ciertamente en años pasados sugerimos que las artes marciales podían servir contra el bullying (“Artes marciales contra bullying”, Diario Extra, 17 de octubre del 2014), pero esto se circunscribía a: 1-proveer a las víctimas (tema central del artículo) una formación capaz de protegerlos (porque ni educadores ni orientadores dan soluciones, a muchos ni les importa, en países cercanos ya se cuentan víctimas mortales, ningún psicólogo ni orientador lo evitó), 2-Esa formación no necesariamente conduce al uso de la fuerza, 3-las artes marciales requieren un proceso vasto (no son cosa de un recreo), así se adquiere disciplina y autocontrol, en claro contraste la idea de Jiménez puede dar paso a peligrosas acciones impulsivas 4-dar respuesta a las víctimas sin detrimento de soluciones al sistema, 5-favorecer las artes orientales (judo, karate, kung fu choy lee fut, etc.), porque imparten un componente ético (no se incluyó al boxeo porque en éste dicho elemento es, o más pobre, o ausente). Si el foco de análisis lo representa el Estado (no las victimas individuales en su situación perentoria), el asunto se complejiza, son muchas las variables, los problemas y las soluciones. Las artes marciales (entendidas seriamente y no como ocurrencia de cafetín) son una de las posibles salidas, pero la institucionalidad debe abordar el cuadro completo.
Así, la violencia entre estudiantes obedece a causas complejas. Problemas desatendidos por años y crisis recientes han golpeado emocionalmente a los colegiales. Las artes marciales solo son una medida parcial, pensable en función solo de una arista (las víctimas de bullying), no de todo el sistema, y el MEP no está facultado para implementarla, pues la complejidad de estas disciplinas chocará con una institucionalidad colapsada.
En consecuencia, el estado de la educación merece procesos reflexivos, no ocurrencias populistas.