La imagen de toparse con las piedras del camino es común, y lo es también el tropezarse al menos alguna vez. ¿Qué hacer? Aquí me refiero especialmente, en sentido metafórico, a los obstáculos con los que nos podemos enfrentar en el diario vivir. Algunos ejemplos: el mal tiempo, un accidente del carro, una larga fila, la pérdida en juego definitivo, un jefe insoportable, un calor sofocante… De nuevo, la pregunta: ¿qué hacer? O más en concreto y en palabras del Padre Larrañaga: “¿cómo mantener los nervios en calma en medio de tantos agentes que nos atacan desde todas partes?, ¿qué hacer para no ser heridos por tanta agresión?, ¿cómo transformar las piedras en amigas o hermanas?”… La respuesta: “La regla de oro es esta: dejar que las cosas sean lo que son. Dado que no hay nada que hacer por nuestra parte y que, de todas formas, las piedras se harán porfiadamente presentes en el camino, el sentido común aconseja tomar todo con calma, casi con dulzura”.
Y añade: “No te irrites porque el otro sea así. Acepta que las cosas sean como son. Suelta los nervios. Concéntrate serenamente en cada suceso hiriente que se hace presente a tu lado y que tú no lo puedes remediar y, en lugar de irritarte, deja tranquilamente, conscientemente, casi cariñosamente, que cada cosa sea lo que es. Deja que llueva, deja que haga calor o haga frío, deja que el río se haya salido de madre o que las heladas amenacen las cosechas, deja que el vecino sea antipático o que la inflación se haya disparado”. Ello no significa que nos quedemos de brazos cruzados. Vemos la realidad, objetivándola al máximo, hacemos lo humanamente posible. Lo imposible o los hechos consumados, superiores a nuestras fuerzas, incambiables, aceptarlos tal como se suceden y dejarlos estar. Cabe también y como expondré en otro lugar, a la luz de la fe, ofrecerlos al Padre Dios en unión de su Hijo Jesús por nuestra salvación y la del mundo entero. Es el mejor modo de convertir el mal en bien, la cruz en luz.
Esos imposibles y hechos acabados son las piedras en el camino. ¿Qué hacer? No irritarse, no enojarse, no resistir y golpear, porque quien sufre es usted al reaccionar de esa manera. A propósito, cierro el escrito con el Padre Larrañaga: “Sé delicado con las piedras, acéptalas como son, tus cóleras no las podrán suavizar, al contrario, las harán más hirientes. No te enojes, sé cariñoso y dulce con ellas, esta es la única manera de que no te hieran. Acéptalas armoniosamente, conscientemente, tiernamente, no por fatalismo. Y si no puedes asumirlas, y si no las puedes cargar a hombros con ternura y llevártelas a cuestas, al menos déjalas atrás en el camino como amigas”.
Creo que ha quedado muy claro el mensaje. Ahora es cuestión de llevarlo a la práctica. Se sabe lo que se vive. A hacerlo, pues.