Los pescadores del país ocupan ayudas reales, no solo un subsidio de tres meses que, seamos realistas, no los saca de ningún apuro, porque el monto no llega ni siquiera al de un salario mínimo.
El Instituto Mixto de Ayuda Social (IMAS) anuncia con bombos y platillos que acaba de concluir las transferencias de los montos de la veda para este 2022 tras depositar ¢567.990.000.
Sin embargo, a veces nos ponemos a pensar por qué no enseñan a estos trabajadores a realizar alguna otra actividad económica que les permita subsistir los meses en los que no pueden pescar porque se da un descanso a las especies marinas para que vuelvan a alcanzar su período máximo de reproducción con el fin de que puedan salir al mar nuevamente.
En total son 1.310 personas detrás de las cuales hay una familia y el tener que pasar 3 meses sin laborar resulta imposible para cualquier costarricense, más tomando en cuenta el alto costo de la vida.
Con esto de la veda muchos creen que el problema se tiene solucionado solo porque dan un subsidio a los pescadores, lo que nadie dice es que estos dineros tienen 8 años de no aumentar.
Dicha ayuda representa ¢145 mil mensuales por pescador, basta hacer números para darse cuenta de que no alcanza para nada, porque suponiendo que una familia alquila casa ya con solo eso como mínimo se le van ¢100 mil más el pago de recibos, entonces nos preguntamos qué les queda para comer.
Además, si regularmente estas familias viven con un ingreso de entre ¢200 mil y ¢250 mil, ¿de qué manera pretenden que cuando se está en veda logren vivir con ¢145 mil? A muchos nos gustaría ver cómo los encargados de entregar el dinero se las agenciarían para vivir con estos montos.
Si bien el Gobierno les da este dinero de buena gana, lo mejor sería buscar la manera de brindarles las herramientas para que, en los momentos cuando no puedan trabajar en la pesca, tengan opciones viables para sacar a su familia adelante y seguir llevando el sustento a sus hogares.
Si esto es de todos los años, los gobiernos de turno ya deberían haber generado estrategias para que los pescadores no deban pasar con una mano adelante y otra atrás por tres meses.
Cuando el hambre aprieta y en la mesa hay niños esperando por bocado, cualquier ayuda es positiva, sin embargo, el mejor remedio para la penuria consiste en el trabajo, que en estos tiempos pareciera un privilegio.
Con trabajo se saca adelante a una familia, se pagan deudas, se mejora el estilo de vida y, quizá lo más importante, nadie pasa por la pena de acostarse sin comer.
La falta de oportunidades en las zonas costeras no es un asunto de hoy, históricamente se trata de una de las regiones más golpeadas por el desempleo y muchos optan por lo que ofrece la naturaleza para sobrevivir.
Los subsidios no son malos, el IMAS y sus programas tampoco, pero los esfuerzos deberían enfocarse en otra ruta, pues con las ayudas no se hace más que desvestir un santo para vestir otro.
De mucho sirven los ¢145 mil para cada persona beneficiada durante tres meses, pero les convendría más tomar los millones que se destinan a estos beneficios para crear opciones con los que la gente pueda seguir ocupada afuera del mar, que es su principal fuente de trabajo.
Para muchos ya es complicado tener que pulsearla a como dé lugar, pero a eso las instituciones del Gobierno le suman requisitos estrictos como acudir a la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) para poner sus responsabilidades al día, cuando a muchos con costos les alcanza para el pan y la leche.
Muchos pueden hacer el trámite y tener ese dinero, sin embargo, se trata de un periodo de tres meses en los que se les obliga a participar en trabajo comunal. Entonces, ¿porque no les dan esos trabajos directamente a los pescadores para que subsistan durante la veda? ¿Para qué “regalarles” el dinero si la Municipalidad u otras instituciones tienen labores que puedan cumplir temporalmente esas personas?
Aunque tampoco se trata de soluciones temporales, sino de un manejo integral de planes de empleo que le permitan a todo tipo de oferentes optar por un puesto que les dé estabilidad, desde el pescador hasta el profesional que se ve obligado a buscar un refugio en el sector informal y sin ninguna relación con su carrera para tener un ingreso.