El Jubileo, inaugurado el pasado 24 de diciembre y que se extenderá hasta 6 de enero del 2026, bajo el lema “Peregrinos de la Esperanza”, nos interpela a vivir nuestra fe con autenticidad y compromiso.
Este Año Jubilar no es simplemente un evento, sino una oportunidad para reflexionar sobre el núcleo de la esperanza cristiana, esa virtud que nos impulsa a mirar más allá de las dificultades presentes hacia la promesa de una vida plena en Dios.
El Papa Francisco ha destacado que la esperanza cristiana “es la promesa del Señor que hemos de acoger aquí y ahora, en esta tierra que sufre y que gime”. Sin esperanza, la vida pierde su horizonte y se desliza hacia el vacío de la nada, despojándose de su sentido más profundo.
Mirar hacia el futuro no es solo un acto de supervivencia, sino una necesidad esencial para mantener el dinamismo y la vitalidad que nos impulsan a crecer, a soñar y a transformar las dificultades en oportunidades. Así, la esperanza es el alma misma de la existencia.
El Santo Padre nos exhorta a no caer en la rutina, la mediocridad o la pereza, esas trampas que nos inmovilizan y nos alejan del sueño de Dios. Nos llama a ser peregrinos, soñadores incansables, hombres y mujeres inquietos por un mundo donde la paz y la justicia sean posibles.
Estamos invitados a ser “peregrinos en busca de la verdad”, testigos de un amor que transforma vidas y renueva la historia. Este sueño no es una utopía distante, sino una meta concreta que exige nuestro compromiso en el presente.
En este Jubileo se nos recuerda que la esperanza nos desafía a salir al encuentro del otro, especialmente del que sufre, para ser portadores de consuelo y restauradores de la dignidad humana.
Esperanza que no nos permite evadir las dificultades de la vida, los momentos de fracaso, enfermedad o incertidumbre, porque esta virtud nos sostiene y nos mueve a confiar en que Dios está presente, actuando incluso en el silencio. Más bien nos invita a enfrentarlas con la certeza de que Dios camina con nosotros, transformando nuestras cruces en ocasiones de redención.
En las periferias del mundo, donde la pobreza, la guerra y la exclusión parecen tener la última palabra, la esperanza cristiana se convierte en un acto profético.
El Jubileo nos invita a practicar una esperanza que no se limita a lo individual, sino que es comunitaria y solidaria. En un mundo herido por divisiones y conflictos, la esperanza cristiana se traduce en acciones concretas: dialogar, tender puentes, perdonar, promover el bien común y cuidar la creación. Este tiempo jubilar es una oportunidad única para renovar nuestra confianza en la promesa del Señor y comprometernos, activamente, con el ideal de un mundo nuevo, un mundo donde verdaderamente “reinen la paz y la justicia”.