De nueva cuenta, y después de dos años de impedimentos para realizar la Romería por justificadas medidas sanitarias, en una atmósfera de alegría que respira gratitud y esperanza renovada, cientos de miles de costarricenses nos preparamos para emprender el camino hacia la casa materna, allí donde la venerada imagen de Nuestra Señora de los Ángeles, La Negrita, nos espera para exultar de gozo con nosotros, por las maravillas que Dios realiza, día a día, en medio de su pueblo.
Con María, elevamos nuestra acción de gracias a Dios con la certeza de que Él actúa en favor nuestro, “de generación en generación”. Esta confianza se manifiesta visiblemente en la motivación de los fieles para realizar un peregrinaje con el que elevan sus ruegos a la humilde sierva del Señor para que ella interceda por sus anhelos y necesidades.
En esta ocasión, la romería a la Basílica presenta algunos matices propios que, como Nación, hemos experimentado en los últimos años: el riesgo de la pandemia del Covid-19 y la estela de dolor que ha dejado en tantas familias; la crisis económica y social que afectan el desempleo y la estabilidad de miles de personas; la inseguridad que es fruto de la violencia creciente en las comunidades, barrios y hogares; una sociedad dividida y confrontada por fanatismos ideológicos, entre otras. Cargas que llevamos como pesado fardo sobre nuestras espaldas y que tienen una significación profunda, en un pueblo mayoritariamente creyente.
María nos invita a dirigir nuestra mirada a Jesús porque solo en él tenemos paz, sólo él colma nuestro corazón de esperanza. Él quiere estar en el centro de nuestra vida para establecer vínculos de comunión auténtica, de cercanía y de servicio desinteresado concreto, sobre todo hacia nuestros hermanos más vulnerables.
Caminamos porque creemos y porque creemos esperamos. Caminamos de la mano de María nuestra Madre, aquella que, como en Caná, siempre está atenta a nuestras necesidades, al tiempo que nos aconseja: “Hagan lo que Él les diga” (Juan 2,4).
Hemos de caminar sin temores o dudas en la hora de la tribulación o las vicisitudes, manteniendo siempre firme nuestra fe. Caminemos, en fin, con un corazón abierto al Señor para que nosotros, como nuestra Madre Celestial, demos al mundo un gozoso testimonio de esperanza. El verdadero cristiano siempre se pone en camino, nunca se conforma con lo logrado, mucho menos se estanca, pues por la fuerza del Espíritu ha de llegar hasta la cumbre del Monte, Jesucristo Señor Nuestro.
¡Nuestra Señora de los Ángeles, madre de Cristo y madre nuestra, protege a Costa Rica, enséñanos a creer como tú, para que nuestra alegría sea siempre auténtica y plena! Será por la intercesión de María, y por nuestra propia decisión, que seguiremos siendo un país con fundada cultura cristiana, si queremos seguir avanzando de verdad. ¡Negrita de los Ángeles, ruega por nosotros!
*Arzobispo Metropolitano